La noche se hace eterna.
Yoel Eduardo no despega los ojos del celular. Lo apaga y prende cada quince
minutos, a veces el WhatsApp se desconecta y tiene que reiniciar el aparato. No
sea cosa que Dolores Fonzi le haya escrito y él, por moverse del teatro a casa,
haya perdido conectividad.
Está que se muere de
los nervios. Tiene que hablar con alguien, es muy groso ser el novio de una
celebridad. Llama a Gonza.
El amigo lo atiende
medio dormido y Yoel Eduardo le hace el jueguito de hacerse el interesante, le
dice a qué no sabes con quién estoy saliendo, y eso despabila a Gonza. El amigo
no tiene que rogar demasiado para que le suelte prenda, Yoel Eduardo se muere
por contar lo que tiene que contar. Ni bien escucha el nombre de la nueva novia,
Gonza le dice que la mina está casada. Yoel Eduardo le responde (canchero) que
él no es celoso. Pero Gonza le advierte (por eso del código entre colegas que
en el caso Cabré-China Suárez, el propio Yoel Eduardo había mencionado) que el
marido de Dolores Fonzi es un actor, el famosísimo Gael García Bernal.
Yoel Eduardo se
derrumba, no puede contradecir sus principios, ciertamente, tiene códigos.
Entiende que Dolores Fonzi quiere algo con él, que ese algo puede ser una
historia paralela, pero él no está para meterse contra un soldado del mismo
bando, nunca, pero nunca contra un actor, dice enfurecido.
Gonza intenta calmarlo.
Entiende que en el llanto de Yoel Eduardo nada tiene que ver Gael García
Bernal, sino, más bien, la nueva derrota en su plan de conquista de la actriz
esposa de su proyecto de proyección a la fama.
Gonza intenta hablar,
pero Yoel Eduardo no lo deja, dice que él va a terminar lo que empezó y corta.
Yoel Eduardo hunde la
cabeza en la almohada, quisiera que el mullido de los recortes de goma espuma se lo tragaran,
que la noche pase volando y que esto que está por hacer (decirle a Dolores
Fonzi que lo de ellos no va más) le duela lo menos posible.