viernes, 28 de febrero de 2014

El portero de mi analista XVII - Chorrito móvil

Tengo casi decidido que no voy a seguir haciendo terapia. No sé, hay cosas que no me cierran, la terapia no me ayuda, mi vida no cambia una mierda, la conexión con el terapeuta está trabada. Pero el fin no será hoy. Ya estoy en la puerta del edificio donde vive mi analista, a cinco minutos del inicio de la sesión, solo. En realidad, no tan solo, en la vereda está el tipo del Octavo Piso con el perro Lanita y, en los canteros, Adolfo, manguera en mano. Pero me siento solo, solo y solo porque no está Rosaura. Y no soy boludo, entendí, la semana pasada, que Adolfo puso precio por ella. Eso se verá, no sé, no voy a discutirlo, cada uno hace con la vida lo que puede, a mi analista también le pago y nadie se alarma ni nadie me dice que ir a terapia no me ayuda una mierda y, arriba, hace que me lo tenga que fumar a Adolfo, el portero, cada semana, en la previa a la sesión. Y ya dije, lo tengo decidido, voy a dejar de hacer terapia. Y si vine es solo para ver si estaba Rosaura. Desde hace una semana no dejo de pensar en ella. Dijo que me iba a llamar, y nada. Tuve el celular encendido y en modo normal hasta cuando me iba a dormir, que, dicho sea de paso, no fue mucho lo que dormí porque la cabeza me quemaba de tan solo pensar en Rosaura. Rosaura, Rosaura, Rosaura, repito en estos momentos soledad abisal. Y cada vez que la nombro, para mis adentros, donde mis entrañas arden cual simas del infierno, Adolfo aprieta la punta de la manguera y el chorro del agua sale recto. No puede ser que me escuche, debe ser coincidencia. Se acerca el vecino del Octavo Piso, me pregunta si me abre y, aunque falta un minuto para la sesión, y bien que podría entrar, le digo que no, que le agradezco, que es temprano. Y no le digo que me quedo para ver si entra Rosaura (y otra vez, el portero pasa a modo chorro de agua recto). El vecino, al ver que Lanita mordisquea muy entretenida los cordones de mi zapatilla, decide quedarse, el minuto de diversión le viene bien al Caniche Toy y a mí, dice, así entramos juntos y la seguimos arriba del ascensor, y no voy a interpretar eso como una tirada de onda, que el vecino, en realidad, me está tirando los perros a mí, sino, prefiero suponer, de mí solo quiere mi intervención lúdica con su tierna Lanita. Porque si me tira media onda, que digo media, un cuartito de onda, le digo que soy todo para Rosaura (y ahí está, la manguera de Adolfo pasa a modo chorro recto y el agua pasa de lardo del jardín y golpea, furiosa, contra el asfalto). Estaría bueno que Adolfo, por lo menos deje de darme la espalda, que se de vuelta, quedan segundos, nomás, para que toque timbre. Si él se diera vuelta y viera mi cara de perrito mojado, desamparado y en celo, se apiadaría de mí, la llamaría y, quien te dice, a la salida o en un llamadito, ella reaparece (el chorro de la manguera, operado por el portero, va curvo, sobre el jardín, que ya es un pantano, porque dije mentalmente “ella” y no “Rosaura”, y otra vez, aprieta la punta, el chorro sale recto, horadando el aire y los fantastmas). Desde el portero eléctrico preguntan quién es y vecino del Octavo Piso dice ahí te lo subo a Juan y me toca el hombre, me empuja, me doy la vuelta, entro al palier. El vecino del Octavo no saca su mano el agarre de mi hombro, Lanita no deja de deshilachar el cordón de mi zapatilla, ni siquiera cuando subimos al ascensor.