El poniente
Frío a mis espaldas. Un hálito cobija las palabras
que, como cada poniente, me dicen “ las manos como arma, la acción como
venganza”. Cierro los puños, afirmo los muslos contra la silla. El frío entra a
mi cuerpo.
En el departamento de al lado, ladra el pekinés. En
el cielo, pinceladas anaranjadas caen y se licúan por donde ya se perdió el
sol.
Portazo, ecos de pisadas, escaleras abajo.
En la calle, el cielo reserva una línea en el
horizonte, el trazo curvo y anaranjado
del último pestañeo del día. Encaro a los paseantes, acciono, no voy a oír el grito
ahogado, ni mirar a los ojos. Salgo del tumulto, me confundo entre la gente.
Los ojos enceguecen si los sorprende el espanto.
Las suelas golpean, escaleras arriba. Portazo.
El pekinés del vecino enfurece.
Me echo sobre la silla. Tenso el cuerpo. El frío sale
de mi cuerpo, se instala a mis espaldas y llega el aliento con esas palabras
“Estoy en casa, en sus muertes”.
El frío se achica a mis espaldas hasta desaparecer.
Me pongo de pie. Me acerco a la ventana. En la calle, la gente de amontona. Los
gritos de auxilios escupen mi cara. A lo lejos, irrumpen sirenas y , destellos
azules y rojos.
El pekinés ya no ladra. Paladeo la calma.
Vuelvo a mi silla. Afuera, la noche aplaca los
destellos de la ciudad. Pasó la hora del poniente. Un nuevo cuerpo, la cuota
eterna.
Este número está dedicado a la INMORTALIDAD.
Revista completa (te recomiendo la lectura) http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/minatura/2013/09/24/revista-digital-minatura-129