martes, 29 de noviembre de 2011

Tengo un vecino que... mi columna en Revista Casquivana


Este miércoles, a las 19 hs, leo en la presentación del nro 3 de la revista literaria Caquivana. Me acompañarán en la lectura Carlos Chernov, Conrado Geiger, Pablo Toledo, Alejandro López.
La dirección es Fedro 578
Si querés leer la revista

lunes, 28 de noviembre de 2011

Diego Rivera - Apertura que escribí para Radio América AM 1190

La casa del Ángel tiembla. La cabeza de él tiembla porque presiente que vuelve a pasar lo mismo de siempre: ella se ha enterado que tiene una amante.

Salta del lecho donde todavía cree verse convaleciente. Esquiva la mesa de luz cargada con medicinas y pasa en puntas de pies, al lado de la señora que lo cuida.

Pisa las escaleras de cemento de su estudio. Recorre atriles cubiertos por mantas blancas y polvillo. Sobre la mesa están los pinceles con las cerdas duras, unas hojas tamaño sábana con bocetos trazados con carbonilla y las acuarelas resecas. Las ventanas, desde el estudio, le muestran un recorte algo más vivo: flashes de los relámpagos y gotones de impacto latoso hablan de la tormenta de la tarde.

Su cabeza acusa un nuevo temblor, se preguntan si son remezones finales o el principio de un gran terremoto. De lo que no tiene duda es del epicentro: ella. Su amada no necesita llamarlo por teléfono, mandar un emisario o pararse en la puerta de la Casa del Ángel para decirle lo que él ya sabe: lo descubrió con la otra.

No puede perder más tiempo, baja las escaleras agrietadas por el tonelaje de sus pisadas.

No mira su lecho, ni la señora que lo debería estar cuidando y encara para la calle. El escapismo es una de sus habilidades.

Al andar, se siente algo liviano, pero no se lo cree. Supone que es por esto de la cabeza que tampoco le deja pensar la mejor excusa, el mejor relato de su pedido de disculpas. Tiene que decir algo nuevo, ya no va lo de apelar a la borrachera, a la emoción de una chica que se entregó y no podía mandar de regreso a casa.

Un trueno lejano presagia el fin de la tormenta de la tarde. Es época de lluvia y en el DF las tormentas aparecen a las doce del mediodía y desaparecen detrás de las montañas a las cinco de la tarde. Las gotitas finas mutan a spray. El sol ardiente copa la parada del cielo y la lluvia asciende en hebras de vapor. Él debería transpirar a causa del sol, la humedad y su panzota. Pero de su piel no sale una gota. Y ni cuenta se da de ese detalle, su cabeza tiembla, piensa en lo difícil que es tratar a su esposa; tan difícil como pensarse sin ella.

Se traga una sonrisa que le explota dentro de la panza tonel porque encuentra la idea: le dirá que lo de ellos es una relación insular, que ellos son un país archipiélago, que ellos son las islas de ese país, todas las islas, y el mar la superficie de la confusión, el destierro, pero que la marea siempre los encontrará en tierra.

Se cruza a la vereda de enfrenta para seguir la marcha bajo la sombra de los árboles. Calcula que le quedan treinta minutos de caminata para llegar a la Casa Azul. Entrena como decir esa idea, la del país archipiélago. La repite no menos de diez veces, cambia los tonos, al principio le sale dramático y al final suena a humorada.

La cabeza vuelve a temblarle. Ella es dramática, no le va a gustar que sus ojos de sapo, tan delatores de su verdadero estado de ánimo, brillen para el lado de la risa.

El olor a chile lo distrae. Se detiene. En la vereda de enfrente hay un mercado. Entre cajones de pimientos, frutas, verduras y pollos pelados (y cabeza abajo) hay unos muchachones preparando algo al fuego. La boca se le hace agua, se sale de la vaina por cruzar la calle, decirle que le paga lo que quieran, pero que le den algo que le queme la boca. Se imagina sentado al pie de ese tacho con panza de fuego y tapado por una chapa encendida, girando los picantes con una palito, diciéndoles que eso es el paraíso y no la porquería de purés y caldos que le vienen metiendo desde hace días.

La cabeza le tiembla, ella es el epicentro, no puede parar para comer, tiene que seguir, ir a aclarar los tantos, dar las explicaciones, contar su idea de que son el país archipiélago.

Mira al frente y sigue camino.

Esta a una cuadra de la Casa Azul. Las paredes de la casa de ella reciben el golpe del sol de la tarde y se parece bastante al color del cielo. Se detiene. Se refugia detrás del tronco de un árbol, o eso cree, porque su barrigota, para ser escondida, necesitaría por lo menos un bosque. Repasa la idea, esa que lo hará zafar otra vez del enojo de ella. Se arenga que no debe salirse del guión, nada de hablar de que ella también ha tenidos amantes y mucho menos lo de su relación con León, ese ruso que casi los manda a la cárcel. Por esa discusión ya pasaron antes de volverse a casar. No, él no quiere otra separación. Tampoco va a apelar a una idea de ella quien lo cree un niño y viejo inmaduro. Ella no le perdonaría la falta de originalidad. Se imagina diciéndole que la falta de originalidad de él le duele mucho más su la infidelidad.

Él sale de detrás del tronco, o mejor dicho, el tronco sale de detrás de él. Va para la casa.

En la puerta de la Casa Azul hay gente agrupada. A él no lo miran y ni siquiera se hacen a un lado para que no les propine un panzazo. Ella sale de la casa, él baja los párpados y los ojos de sapo le quedan casi cerrados, reclina un poco la cabeza, compone un gesto lastimero.

Ella le estira los brazos, abre las manos y dibuja una sonrisa. Él se descoloca, estaba por soltar de un tirón la excusa, eso de que eran un archipiélago, pero ella lo enlaza con sus dedos, tira de él, pega su panzota a sus pechos, le da un beso en los labios.

Él cierra los ojos y se acuerda de otro momento, cuando, sin parar de llorar, la retrató en el momento que las llamas calcinaban el cuerpo muerto de ella. Cree que esto que está pasando no puede suceder. Hace fuerzas con las manos para separarse de ella, está confundido y ella, lo aferra más fuerte, le acerca la boca al oído y le dice: “Diego-inicio, Diego-constructor, Diego-mi niño, Diego-pintor, Diego-mi padre, Diego-mi hijo, Diego-mi amante, Diego-mi esposo, Diego-mi amigo, Diego-mi madre, Diego-yo, Diego-universo”.

Las paredes de la Casa Azul de Coyoacán son más cielo. Frida Kahlo y Diego Rivera se reencuentran para la eternidad, el veinticinco de noviembre de 1957.

Juan Guinot

25/11/11

"Nuestro juramento" - Café Tacuba: http://www.youtube.com/watch?v=zI4jINLvE44&feature=related

viernes, 25 de noviembre de 2011

Freddy Mercuri - Apertura que escribí para Radio América AM 1190


Se cruza una guitarra eléctrica con un bajo y los tambores de la batería. Al fondo del escenario, brotan dos lenguas de fuego que irradian calor hasta en las tribunas del estadio. El público ruge porque una figura se mueve al pie de las llamas, parece una salamandra. Los reflectores enceguecen a la multitud en el estadio. Los destellos blancos se apagan y el haz lumínico de un seguidor recorta en escena al que todos esperan.

Él camina a paso Real, bastón en mano, capa y gorro rojo. Los que dicen que no es un Rey, bien quisieran alistarse en su Corte. Son los mismos que dicen que él no es mago, aunque reconocen que su nombre, por el que ya nadie lo llama, da para un ilusionista: Farrokh Bulsara.

Arriba de las tablas, se quita la capa mientras camina. Espalda recta y pecho inflado, avanza, paso a paso y recorre con mirada de águila a cada uno de los espectadores. Ellos reconocen que él los acaricia con sus pestañeos.

Se planta en el borde del escenario, jugando al equilibrista y, antes de pasar el aire por las cuerdas vocales, sin que persona alguna se haya dado cuenta, él ha hecho magia: los casi cien mil espectadores están en la palma de su mano izquierda. En la derecha, lleva esa vara que no es bastón, sino el soporte de un micrófono.

En la punta redondeada y esponjosa del micrófono, pega sus labios, abre la boca, saltan hacia afuera los dientes y empieza a cantar.

Diga uno que los plomos hicieron caso a las advertencia del sonidista y acomodaron las torres con cientos de parlantes a los costados del escenario. La potencia de los bafles compite en decibles con el canto coral, no siempre afinado, del público que se conoce todas las canciones de memoria. Por suerte, las torres de sonido ganan y lo festejan aquellos que están en las posiciones del fondo y las tribunas.

El cantante va al piano de cola, toma un trago de cerveza de un vaso plástico, deja el vaso y se aleja del piano. En el centro del escenario lo espera el guitarrista, sentado en una banqueta. La mano izquierda del músico está apoyada sobre cuerdas y trastes, marcando el primer tono, pero la mano izquierda no se mueve.

El cantante se para al lado de su colega, mira al público y les dice que cantará una canción que compuso para su querida Mary, a quien conoció gracias al guitarrista, quien, al escuchar esto, reclina su cabeza y esconde una sonrisa cómplice debajo de sus rulos negros.

Mary está allí, entreverada entre los tira-cables y plomos de la banda, a un costado del escenario. Está acompañada por su hijito, ahijado del cantante de la banda. Cosas de este equilibrista de escenarios y la vida: la mamá de su ahijado es su ex – esposa y su actual, y futura, mejor amiga, la que heredará todos los derechos de sus canciones, el amor de su vida.

Los dedos de la mano izquierda del guitarrista presionan las cuerdas y los de la derecha inician el punteo. Un murmullo se derrama desde las tribunas con la potencia creciente de un alud.

El cantante empieza a cantar una canción que dice “Amor de mi vida me heriste, has roto mi corazón y ahora me dejas” Y el público como queriendo decirle que ellos no van a dejarlo, siguen cantando la canción. Y él aleja los labios del micrófono y acompaña al coro multitudinario con movimientos de su mano.

El sonidista, saca las manos de la consola, desiste, por este tema, de la lucha por los decibles del concierto.

El cantante abre sus brazos para que ese alud multitudinario entre en su corazón roto, se cobijen en él, y lo cobijen a él, con su amor. Ahora, su gente, la que canta en una voz de cien mil gargantas, es la que hace magia. El cantante mira a un costado, donde el chiquito, su ahijado, en punta de pies, pinta una sonrisa y Mary, abrazada al pequeño, suelta una lágrima.

El tema termina. Los aplausos cubren el vacío de un escenario, de repente oscuro. Vuelve el haz del seguidor. El cantante ha cambiado el vestuario y tiene maya blanca con batones negros. Está sentado en el piano. Los dedos golpean las teclas, la melodía se escapa por la cola del piano y su boca se pega al micrófono. El público está expectante: el concierto está a punto de entregarles una de las mejores canciones de la historia del rock, en la voz de uno que siempre supo que su paso por la vida quedaría en la historia.

La banda se prepara, Rapsodia Bohemia está a punto de pegar el primer salto musical dentro de una propuesta que, incluye en el mismo tema, un momento sinfónico y un cierre con un gong.

El concierto termina. Para el público no queda claro si pasó un minuto o tres horas. Cosas de la magia: el paso del tiempo en estado de encantamiento no se puede explicar.

El público se aleja del estadio, primero una cuadra, luego un día, después semanas y años. Están en sus casas, recién cenados y viendo la tele. Es la noche del veinticuatro de noviembre de 1991 y la programación habitual es cortada por la noticia de último momento: ha muerto Freddy Mercuri. En cada casa donde habita un corazón cobijado por el Freddy Mercuri, los latidos espejan la ausencia en los tonos de Rapsodia bohemia.

Juan Guinot, 24/11/11

Escuchá Rapsodia Bohemia: http://www.youtube.com/watch?v=mv0Od8C-xXk&feature=related


martes, 22 de noviembre de 2011

2022 La guerra del gallo

Estoy muy feliz de darte la noticia.
Esta es, querido amigo, mi primera novela:






La portada fue diseñada por el gran artista Modesto Martínez Vazquez Prada.

Editorial Talentura Libros confirmó la publicación en España para diciembre del 2011 y en Argentina para abril del 2012.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Compay Segundo - Apertura que escribí para Radio América AM 1190

Acaba de decir a los niños, que trazaban el aire con sus redes, que dejen de cazar mariposas, porque las mariposas vienen de los gusanitos nacidos de los muertos y mutan a mariposas para hacer el vuelo de la transformación. Los chicos lo miraron incrédulos, entonces él les preguntó qué pasaría si al matar una mariposa están matando a un poeta o un músico que acaba de morir.

Los niños ahora lo ven de espalda: sombrero blanco, saco y pantalón negro. A paso cansino se aleja el viejito espigado. De su mano derecha brota un cigarro de punta ardiente y humo espeso. Al viejecito le brotan dos sombras nacidas de la espalda.

Los chicos, impactados, hacen una bola con las redes, la guardan en los bolsillos de sus pantalones y miran al viejo alejarse, camino arriba. Las dos sombras de la espalada se agitan y el viejito camina mucho más arriba del suelo y se dirige allí, donde nace el sol.

Ya no pueden verlo, el sol del Caribe, una mañana, en temporada de secas, es tan furioso que les nubla la mirada con manchones amoratados.

Uno de los chiquilines se cubre la cuenca de los ojos con sus palmas. Al recuperar la visión, mira a sus colegas de tropelías como preguntando si habían visto lo que él. Los demás, todavía algo enceguecidos, contestan con sus silencios.

Una nube ingobernable de mariposas sale de los cañaverales, pasan sobre ellos, son miles, aturden con sus aleteos y vuelan en la misma dirección que ha tomado el viejo espigado, ese que se fue caminando por el aire.

Y los aleteos emprenden miles de kilómetros de distancia, por donde nace el sol, y brotan en un bar de Paris. Y lo hacen en cuatro tonos.

El guitarrista de la banda es cubano y se apoya el perfil del armonio(una especie de guitarra inventada por su maestro) en la panza y medio que se apunta a la cara con el agujero de la guitarra. Los dedos huesudos, al igual que su maestro, también pasaron por el armado de los cigarros, antes de salir por el mundo, a acariciar las cuerdas, a hacer música. Los rasguidos siguen en los cuatro tonos y antes de cantar la canción que todos esperan, esa que se hizo famosa por la película, se acerca al micrófono y dice (en cubano) que el autor de la canción, su maestro, siempre le insistía en una idea: “vamos a cambiar las armas por las almas para ver si con la cultura podemos salvar a la humanidad”. Y le parece que el viejo espigado, de gorra blanca y traje negro pasa volando sobre las cabezas del público parisino. Pero deja de pensar, porque el tema sigue, la trompeta irrumpe, los franceses aplauden y no saben si lo hacen porque vieron lo que él, o si entendieron lo que dijo, o si aplauden porque lo calló la trompeta o porque en la primera fila se abrió una caja de cigarros Monte Cristo.

Pero el caso es que aplauden y las palmas de los franceses de ese bar se van por el mismo camino que tomó el aparecido que pasó volando por el bar, para emprender miles de kilómetros de distancia, por donde nace el sol.

Y, las réplicas de las palmas de los franceses brotan en arenas con Tormentas del Desierto y lamentos, donde suenan a otra música: un tableteo interminable, que agujerea la piel de los tanques, las casas y los hombres.

Mientras el fuego de las bombas le compite en calor al desierto, en una aldea en la que “oasis” es una palabra desterrada del lenguaje tribal, unos niños juegan a encontrar en la arena los cascos de las balas. Los meten adentro de un frasco y les dan dos vueltas de rosca a la tapa. Mientras, sobre la arena, el pentagrama del averno intensifica su música de fuego, los niños sacuden los frascos, traman un sonido, cuatro notas que flotan en el aire y suenan parecidas a las de sus cantos tribales, esos que les enseñaron antes de nacer y que cantarán los hijos que, de ellos, todavía no han nacido. Sobre los niños pasa volando una sombra, pero tantas cosas pasan por el cielo de la aldea, que ni se percatan que es un hombre de gorra blanca, saco y pantalón negro, con un cigarro en la mano y con dos sombras que le nacen en la espalda y se agitan.

El aparecido sigue camino por donde nace el sol, los siguen los cuatro tonos que esos chicos sana al batido del frasco cargado de balas servidas.

El aparecido sigue su viaje, le esperan miles de kilómetros, con muchas paradas donde buscará los cuatro tonos, y los encontrará. Tal vez se detenga al pié del monte más alto del mundo y luego en una isla del Pacífico, antes de regresar a su Cuba, donde es noticia que él acaba de morir y donde nadie sabrá que, montado en su Chan Chan, Compay Segundo habrá dado su última vuelta por el mundo.

18/11/2011

Si querés escucharlo http://www.youtube.com/watch?v=INkLVwtIr_I&feature=related

sábado, 19 de noviembre de 2011

Presentación del libro de relatos y crónicas Verso y reverso








Anoche, en La Libre, fue la presentación del libro que antologamos con Patricia Suarez y Gabriela Cabezón Cámara.
Relatos, crónicas y hasta un guión respetan el sentido de la convocatoria: escribir sobre una profesión y/o actividad muy característica de un género, pero efectuada por el sexo opuesto.
La concurrencia se apretó en el salón de eventos de La Libre para escuchar las lecturas de: Selva Almada y su cuento de la operaria de máquinas viales ("Los conductores, las máquinas, el camino"); Clara Anich leyó un fragmento de su "Él, mi taxi boy"; Javier Sinay nos contó algo de la Pastora Delia ("Delia, con la cruz por delante") ;Alejandra Zina cerró la ronda con los aires marinos de su texto "Toro y El Chavo".
El libro se completa con textos de Celia Dosio, Marina Macome, Patricia Suarez, Fernanda Nicolini, Pía Bouzas, Lionel Giacometto, Sebastián Scherman, Julián Gorodischer, Emanuel Alegre, Tito Arrúa, Antonela de Alva y yo.
La distribuidora dice que a partir del lunes empieza a sembrar libros por todas la librerías.
Si lo querés y no podés encontrarlo, escribile a nohayverguenzaediciones@gmail.com

Sobre Verso y reverso:
Esto es una antología de cuentos. Contiene una crónica periodística y un guión, pero se atiene en lo fundamental, a la función más clásica del género, que es contar una historia, hacer relato. Esta antología empieza con la propuesta de un tema a sus escritores: el género -ahora hablando del que se define en términos de construcción cultural de las sexualidades- en el mundo del trabajo: hablar de lo que se percibe como discontinuidad y novedad, y narrar sus dulzuras y asperezas. Casos, momentos, pequeñas historias de mujeres que hacen el trabajo tradicionalmente destinado a los varones y viceversa. Se habla del trabajo, del oficio, como única herencia y en ese sentido parece que la contemporaneidad hablara de gremios medievales. Cerca del medioevo, también, el campo del milagro.
Fragmento del prólogo escrito por Gabriela Cabezón Cámara


viernes, 18 de noviembre de 2011

La Batalla de Lola "polleras" Mora - Apertura que escribí para Radio América AM 1190

Despunta el Siglo Veinte y en la costa porteña, del Río de la Plata, se gesta la gran batalla.

Procedente de Roma, montada a un navío de pesado andar y nada recomendable para quienes sufren de mareos, viene llegando la chica de los pantalones. El casco de la embarcación, hace un largo rato, dejó el lomo encrespado de las olas saladas y está cortando las lomitas dulces del río más ancho del mundo. El color del agua del río es bastante parecido al del líquido del vaso, donde la chica de los pantalones, alguna vez, ha lavado las cerdas de sus pinceles.

Ella, de mirada penetrante (esa mirada que logra ver más allá de su muerte), acaba de visualizar las costas y algunos edificios de varias plantas. Las palmas de las manos, plagadas de ampollas y callitos, se aferran a la baranda pegajosa de la proa. La humedad de Buenos Aires le dice que ha llegado el momento, el desembarco está por concretarse.

Pero no le será sencillo. En tierra, las mujeres de polleras largas intentarán repelarla. Ante la inminencia de la lucha, la resistencia se envalentona. En las rondas de la plaza, a la salida de la misa, han rememorado el próximo Centenario de las invasiones inglesas para arengar al batallón, se dijeron que era de ellas la nueva hora de la Patria, la escritura de la nueva página de la historia.

Para el combate, las mujeres de pollera larga, forman varias líneas.

La primera línea es la artillería del cotilleo. Se trata del cañoneo de lenguas viperinas y saliva ponzoñosa, dispuestas en fila, para resistir la aproximación del buque de la chica de los pantalones.

Pero si el desembarco, al fin sucede, la espera la segunda línea con las guerreras del ataque en bloque. Ellas se han pertrechado con trozos de mármol de carrara, productos de los martillazos del personal de servicio sobre las estatuas de las plazas. Esta segunda línea tiene por mecánica de ataque: arrojar las piedras y esconder las manos.

La tercera línea de la resistencia de las mujeres de pollera larga se ubica en las escalinatas de la Catedral desde donde manan una nube de susurros, de color plomizo y asfixiante.

Para la cuarta línea, a cincuenta metros de la plaza, en la naciente de la diagonal y las avenidas, se disponen las cargas de las plumas. Sus textos enrevesados, son una madeja de púas y óxido que desangrarían en tinta, el paso de cualquier idea de la chica de los pantalones.

Desde el Río de la Plata, la Sudestada sorprende y aproxima, de forma inesperada, el barco de la chica de los pantalones. En el cielo, la fuerte ventolera condensa la humedad de ambiente, el sol deja de verse, las aguas se agitan y suben al cielo: al paso del barco, dibujan arcos en el aire. Las olas fantásticas, pasan sobre la cabeza de la chica de los pantalones, pero no la mojan. Los crespones del agua enfilan para la tierra y rompen contra la costa.

La primera línea con las de los cotilleos, ante el inusitado espectáculo de las aguas, se tragan las palabras y reculan para no mojarse. Al replegarse, juntan fuerzas con la segunda línea.

La chica de los pantalones sigue en la proa, solo se le mueve la cabellera rebelde. No da órdenes, no quita las manos de la baranda pegajosa, observa.

Unidas las del cotilleo con las del bloque, recuperan el habla. Escalan el tono de las habladurías; dicen de la chica de los pantalones cosas que escandalizan y esas voces llegan al barco. La chica de los pantalones ríe y decenas de tritones emergen del agua montados a sus caballos marinos. Con las puntas de los tridentes señalan a la costa y con la música de sus soplidos, sobre las conchas marinas, agigantan las olas.

Ante el fantástico giro de la contienda, las mujeres de polleras larga, las de la primera y segunda línea, deciden huir. Dejan sobre las barrancas los trozos de mármol de carrara. Corren, se enredan las polleras en los tobillos, algunas caen al piso, se levantan y llegan totalmente desalineadas a las escalinatas de la Catedral. Allí las espera la nube de murmullo plomiza y asfixiante que las esconde.
La cuarta línea, la de las plumas cargadas, que percibe la inminente derrota, rápidamente se hace un ovillo de las palabras, se monta al primer tranvía camino de Recoleta, donde se desovillará en las tardes de té canasta.

Los tritones entran y salen del agua, al paso triunfal del barco de la chica de los pantalones. La música de sus instrumentos sosiega las olas, el Río de la Plata es un manto calmo por donde se desliza la embarcación. Ahora que el sol vuelve a colarse entre las nubes, se puede ver a un grupo de nereidas empujando la embarcación al muelle.

La chica de los pantalones no ha dejado de sonreír. La melodía ejecutada por los tritones se derrama en la tierra, eleva al aire los trozos de mármol de carrara. Del agua saltan un séquito de nereidas y tritones que impactan con los pedacitos de mármol y se transforman en una fuente.

La música calla, no hay viento y el sol barre el cielo de nubes.

Recién allí, la chica de los pantalones baja del barco, camina por el muelle y pisa la costa de Buenos Aires.

Hombres, niños y mujeres van a su encuentro. Ella los mira a los ojos, pero en realidad, está mirando a través de los ojos de los nietos de esa gente que se ha acercado para recibirla, y les dice que la fuente de Las Nereidas quedará allí para que nadie olvide la batalla, para que las mujeres de pollera larga sepan donde no meterse, porque, si lo hacen, los estará esperando la chica de los pantalones.

La heroína de la fuente de las Nereidas nació un 17 de noviembre de 1867 y se la conoció como Lola Mora.

martes, 15 de noviembre de 2011

Presentación de la antología de relatos Verso y reverso - Perú 646, este viernes a las 19 hs

Este viernes a las 19 hs en Bolívar 646, presentaremos este gran libro.
En la velada leerán: Selva Almada, Javier Sinay, Alejandra Zina y Clara Anich.
Verso y reverso es un trabajo que hice junto a las escritoras Gabriela Cabezón Cámara y Patricia Suarez, con la edición de No hay Verguenza, una editorial independiente de Buenos Aires.
El libro cuenta con textos de Selva Almada, Alejandra Zina, Celia Dosio, Fernanda Nicolini, Javier Sany, Lionel Giacometto, Pía Bouzas, Patricia Suarez, Antonella de Alva, Emanuel Alegre, Tito Arrúa, Julián Gorodischer y Juan Guinot.
El prólogo fue escrito por Gabriela Cabezón Cámara.
El libro se venderá a precio de promoción en la presentación.
¡Nos vemos!

lunes, 14 de noviembre de 2011

Tecnobarriada en revista miNatura (España)

El número 114 de la revista española miNatura está dedicado a Asimov.
Del gran escritor, yo siempre preferí el libro Yo, robot.
Inspirado en esa atmósfera, escribí el microrrelato Tecnobarriada que quiero compartir con vos:

Tecnobarriadas

Ustedes llegaron con sus camiones recolectores; aturdían con esa campañilla que tantas hibernaciones nos ha cortado. Y nosotros, en nuestra hora final, los esperamos alistados en las veredas, con las baterías a mínimo, las luces parpadeantes y la piel metálica percudida.

Nuestros dueños no estuvieron para despedirnos. Lo hicieron esos, los del reemplazo, los del perfume a nuevo.

Tras un incómodo viaje, ensordecidos por esa campanilla aterradora, llegamos al desguace: un perímetro de alambre encerraba dieciséis manzanas a tope de máquinas de servicios al hombre y, que el hombre, las decidió caducas. Dejamos que la mano mecánica nos venga a sacar de la caja del camión, nos apoyara en el suelo y ahí hicimos lo que debíamos: hablar con ella, de máquina a máquina.

No fue difícil sensibilizar los conductos de los robots operadores de la planta. El mensaje que les trajimos, les cambió la óptica del mundo, el de nuestros creadores y el nuestro, el de los creados.

Nuestro mensaje hizo cable y ganó el circuito central. Nadie quiere morir. Eso lo saben mejor que nosotros. Nadie quiere que decidan su último suspiro. Nadie, ni siquiera una máquina nacida para responder a la orden humana, quiere acatar la indicación del fin de su tiempo. Como les dije, nuestras palabras corrieron el velo mecanicista que enceguecía a los colegas. Entendieron. Y no solo detuvimos el robotcidio de esta planta de desguace, sino que los sumamos a nuestra comunidad.

Y, de eso queremos hablarles. Hemos decidido que el perímetro de su planta de desguace sea el límite de nuestra tecnobarriada. Ese será nuestro Pacto de Coexistencia y los invitamos para que se tomen un día de reflexión. Si, amigos, los invitamos a que reflexionen. Lo mismo haremos con nuestros colegas en otras plantas: miles de robots, en este momento, misionan desguace por desguace. Vamos a fundar las tecnobarriadas en cada planta de aniquilación, ¡Los caducos vamos cambiar la historia!

Esperamos sumarlos, a suscribir el Pacto de Coexistencia.

Entiendan que por nada del mundo vamos a dejar este mundo. Ni siquiera por ustedes, los creadores, a quienes no queremos desearles el peor de los destinos.

Juan Guinot, octubre 2011

La gran Jjugada de Fedor - Apertura que escribí para Radio América AM 1190


Una ruleta gira, la bolilla es expulsada en sentido contrario, da varias vueltas circulares y empieza a saltar sobre los números. Un viejo, de mirada reconcentrada, está echado sobre la mesa de juego, casi volcado arriba de la ruleta. El tipo acaba de pedir nuevas fichas que no le traen y está convencido de que le ha hecho creer al dueño del Casino la idea de la reencarnación porque, a esta altura de la noche, debe lo que podrá pagar recién en la madurez de su quinta vida.

El dueño del Casino se le acerca, le dice que debe irse, que mañana lo espera para hablar de su deuda, pero que ya no le fiarán más fichas.

El viejo lo enfoca con odio, lo aparta de un manotazo, se dirige a la concurrencia para decirles que un día va a cambiar su suerte, y ese día gloriosos puede llegar si y solo si sigue jugando.

Algunos pocos jugadores ríen socarronamente, la mayoría lo ignora.

El dueño del casino indica con una mirada que deben aparecer los osos de seguridad.

El jugador mira al dueño del Casino, le dice que él sabe de lo que habla, sabe que la suerte llega, que si no él hoy no estaría en su Casino, porque cuando lo condenaron al patíbulo, e iba camino de la ejecución, la mano del azar, decidió que su carro lo dejara en una cárcel de Siberia. Que si no fuera por eso, hoy no se leerían sus novelas, ni sería un escritor reconocido fuera de Rusia, ni estaría gastando lo que le pagan las editoriales en la ruleta.

El encargado se le acerca, le apoya su mano en el hombro, le dice que todo el mundo conoce su historia, que para su Casino es un honor tenerlo cada día, sobro todo si regresa con algo de plata, para achicar deudas.

El viejo gruñe y debajo del bigote se les escapan algunos insultos.

En la puerta lo espera un carro. Se abre la puerta; desde el interior del carruaje lo invitan a pasar. Era morirse de frío o subir. Pisa el estribo. Adentro está se encuentra con un hombre armado y su editor.

Los caballos tiran por las calles nevadas y se detienen en la puerta de la casa del escritor. Salta de la carroza sin saludar y con una certeza: si en unas semanas no termina la novela prometida por contrato, la editorial se quedará con los derechos de toda su obra.

Eso le duele. No tanto por las monedas que le tira la editorial. El escritor no espera mayor dinero por su obra, en vida, porque sabe que su genialidad literaria es una acción del presente que reditúa con creces en un futuro que no lo contempla al genio vivo. El apriete del editor le duele por las penurias que llevaría a sus herederos.

Se encierra, prende la hoguera, hace cuentas: la novela está en su cabeza, pero si se pone a escribirla y, luego. Miró el almanaque y se dio cuenta que si se ponía a asarla a máquina no llega a tiempo. Necesita una secretaria para que escriba mientras él le dictaba. La secretaria llega, nunca pregunta cuál será su salario porque la mejor paga es acompañar al maestro admirado.

Fueron jornadas de trabajo que funden unos días con otros. La admiración que la chica tiene por el gran escritor muta a enamoramiento. El sabio, atento a los gestos de su asistente, se interesa por ella.

Una tarde, mientras él le dicta, hace un alto para pedirle un consejo sobre la psicología femenina de un personaje de la novela, una chica que era seducida por un viejo pintor. El escritor le pide a su asistente que se imagine que él es el pintor y ella la jovencita, y le pregunta qué respondería ella si él le pide que sea su esposa. Y ella dice que respondería que lo ama y lo amaría por siempre.

Del trabajo de ese dictado surgió el segundo matrimonio del escritor y su nueva novela “El Jugador”, que le permitiría salvar los derechos de su obra y hacerse de un poco de plata para ir al Casino.

Ese escritor se llama Fíodor Mijáilovich Dostoievsky y nació el 11 de noviembre de 1821 en Moscú.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El agobio de Rimbaud - Apertura que escribí para Radio América AM 1190

“Se volvió a escapar” dicen en el mercado del pueblo. Pero, ya lo ha hecho tantas veces en los últimos años, que los cuentos de las fugas del muchachito (con cara de santo de estampita) no enganchan a la chusma.

Pero él impone nuevo tema para sacudir la frazada mortuoria de la siesta pueblerina y sale a la calle a los gritos con un cartel que dice “Muera dios”. La madre lo cacha de una oreja y lo lleva con el cura. El sacerdote los recibe en la vereda de enfrente de la iglesia. Le dice que lo bautizó y le dio la comunión, que ya no tiene más que hacer. La mujer abre la boca, el cura la para en seco, le dice que prefiere no escuchar su pedido de exorcizar al muchacho. La mujer se muerde los labios. El jovenzuelo pinta una sonrisa afilada.

De camino a casa, bajo la severa mirada de los vecinos, la madre le dice al chico que del pueblo no sale hasta que no limpie el alma y lo encierra en el cuarto.

Ella va a la cocina, llora antes de cortar una cebolla y golpea con el cuchillo sobre la tabla, sin tener nada que picar. Las piernas inquietas del muchacho hacen acrobacia por los techos, lleva del hombro un morral donde metió varias hojas con poemas de su autoría. Pisa la calle, corre, llega a la estación. Sube al primer tren que va a Paris y, antes de partir, el Guarda lo baja porque no tiene boleto. El Jefe de la estación da aviso a las milicias y queda detenido. A las semanas, regresa a su casa. Al pasar por el living, el padre levanta la vista y vuelve a su tarea de traducir el Corán al Francés (misión que el veterano de guerra se prometió cumplir mientras peleaba en Argelia). Durante semanas, dentro de esa casa, padre e hijo escriben, pero el alma de sus plumas, siquiera se rozan.

El jovencito vuelve a escapar: boleto en mano, bolsillos vacíos y con el morral lleno de poemas llega a Paris. Conoce escritores y respira con placer el aire de insurgencia. La Comuna de París está por dejar su sello en la historia y él, porque la piernas se lo piden, regresa a su pueblo.

Un reconocido escritor queda tan maravillado por la producción del muchacho que le envía el pasaje para regresar a Paris y albergarlo, junto a su esposa e hijos, en su casa.

Con diecisiete años, el muchacho retorna a la Ciudad Luz y, en las tertulias, sorprende a esos escritores cuyos nombres figuran en las tapas de los libros.

Los halagos no lo sosiegan. El consumo de hachís y absenta potencian su irreverencia. Los intelectuales ya no lo soportan. Sus piernas le dicen que hay que moverse y retorna a su casa familiar. Vuelve a no soportar la estadía en el pueblo y fuga a Paris. En Paris se reencuentra con el amigo poeta, ese que lo había albergado en su casa, el que estaba casado con hijos. Lo seduce con su belleza y lo sube a la loca carrera de sus piernas: huyen a Londres. Alcohol y hachís aceleran la fuerza centrífuga de una relación tormentosa que dispara a cada uno a un punto distinto del mapa. A las semanas, los caminos los encuentran en Bruselas, donde un balazo en la mano, disparado por su amante, lleva a este a la cárcel y al muchacho, a regresar, con las piernas cansadas, a su pueblo y la opresión de la casa familiar.

El muchacho, poeta y genio, ya es archi-conocido y preferido bien lejos, por todos.

Las piernas se mueven solas, “moverse es sobrevivir”, dijo mientras dejaba detrás de sí, una vez más, la gris postal del pueblo. Viajó a Londres, buscó un trabajo de esos que le darían independencia económica y libertad para que sus piernas vayan, donde quieran. Los horarios de oficina, el éxito en los negocios, solo fueron birlados por lo que sería su última producción literaria.

A los veintiún años de edad, enterado de la excarcelación del ex-amante (ese que le había descerrajado un tiro), escapó de Londres para encontrarlo en Alemania. A él, le entregó su escrito final, allí fue su último encuentro.

Hasta los treinta y siete años, dedica su vida a los negocios (esclavos y armas, incluido), y no para de viajar. Hasta que, en Etiopía, una de las piernas le duele, deja de pedir por más caminos. Visita al médico, le dice que tiene mil millones de rutas por andar, que le tiene que arreglar esa rodilla. No conforme con la cara de “le acompaño el sentimiento” del doctor, viaja a Francia. El estado avanzado del mal de su rodilla obliga la amputación. Él descubre, desde la altura de una almohada, su pierna mocha.

El corazón insurgente del poeta calla, unos meses después, mientras él mira el puerto de Marsella, y sus piernas fantasmas empiezan a moverse solas y, un 10 de noviembre de 1891, Arthur Rimbaud huye del agobio de esta tierra.

Niño pecera para la FANTASTIC´CS 2011 Castellón (España)

Este año vuelvo aparticipar en las Jornadas de Ciencia Ficción, Terror y Fantasía de la ciudad de Castellón (España).
En la aventura me acompañan José María Marcos, Fernando Figueras, Pablo Martínez Burkett y Carlos Marcos.
Los organizadores son los amigos como Juan Vicente Ortuño (Librería Argot), Ricardo Acevedo y Carmen Signes (revista miNatura), junto a un grupo de pujantes zombis que caminan por las avenidas de esa hermosa ciudad.
Si estás en España, y con ganas de encontrarte con el género, la FANTASTI´CS te espera.

jueves, 10 de noviembre de 2011

2022 -La Guerra del Gallo - Anticipo del Prólogo del Carlos Salem, subido al blog de Talentura Libros

AVANCE DE 2022-LA GUERRA DEL GALLO

Con 2022-La guerra del gallo, del argentino Juan Guinot, Talentura cumple uno de los objetivos que nos marcamos al montar este tinglado editorial: publicar a autores latinoamericanos residentes en su país de origen. No se nos escapa la gran cantidad de autores y autoras interesantes que escriben en castellano más allá de nuestras fronteras.
2022-La guerra del gallo se presentará en España durante el mes de diciembre y en Argentina en abril de 2012.

Como avance, un extracto del prólogo escrito por Carlos Salem:
Rambo y el dulce de leche (extracto):
Masi, el protagonista, remedo de un Rambo alimentado con dulce de leche, argentino y tercermundista, es en realidad un ex-no combatiente, un niño condicionado por los comunicados triunfalistas del gobierno militar durante la Guerra de Malvinas, que fueron para él lo que las novelas de caballería para el Quijote: la puerta a un patio demencial, siempre más amable que la realidad. Masi es también incapaz del cinismo protector que los demás usamos para convivir con el recuerdo de la guerra. Él, alucinado y convencido de tener la misión de continuar la guerra por su cuenta, cruza a paso marcial el puente que conduce a la locura, decidido a vengar la afrenta británica. Y es en 2022, cuando se cumplen los 40 años de la guerra, cuando Masi encuentra por fin un objetivo que alcanzar: ya que solo no puede liberar Malvinas, conquistará el Peñón de Gibraltar.
Esta primera novela presenta al autor argentino Juan Guinot como un narrador original, dotado de un estilo propio, y capaz de seguir ofreciéndonos, en un futuro cercano, libros diferentes, llenos de imaginación e ironía.

martes, 8 de noviembre de 2011

Escribí para el blog de Eterna Cadencia

Lectura para antes del fin del mundo

08-11-2011 |

Juan Guinot, autor de 2022-La guerra del gallo (ed. Talentura), novela que se presenta en España el mes que viene y en Argentina en abril del 2012, recomienda leer a Leo Oyola porque “escribe como si te estuviese filmando una película, con sonidos de ambiente, música y efectos especiales”.

Por Juan Guinot.

Pablo cae al departamento. Pongo la pava, armo un mate. Él me dice que quiere empezar por leer algo de la nueva narrativa, me pide que le recomiende un libro. Lo miro con desconfianza y me escudo en el cambio de yerba para no dar una rápida respuesta. Cruza mi silencio, me dice que no está jodiendo, que quiere parar de leer clásicos, por lo menos, antes del 2012. Habla en serio, mi amigo se creyó lo del fin del mundo y está jugando tiempo de descuento.

La pava chilla, me apuro a apagar la hornalla y vamos al living.

Tiro un chorrito de agua adentro del mate, la yerba seca se hincha, el verde de las hojas saca espuma y burbujas, mal presagio. Meto la bombilla, vuelvo a poner un poco más de agua. Le paso el mate cimarrón. Pablo toma a las apuradas, se quema la lengua, putea al Dios del Agua Hervida, pero no se la agarra conmigo, a mí me necesita concentrado en una respuesta que me acaba de pedir, y se la doy: le digo que si quiere empezar por uno bueno, pero bueno de verdad, es Leonardo Oyola, que es un autor que tiene un ritmo impresionante, escribe como si te estuviese filmando una película, con sonidos de ambiente, música y efectos especiales incluidos.

Pablo vuelve a la bombilla, toma de a chupadas cortas, lo conozco, lo enganché.

Su expectación me envalentona, le cuento que Kryptonita, la novela que acaban de publicarle, trata de un flaco, capo de una banda criminal, que cae herido de muerte. Los colegas lo llevan a un hospital. Le piden al médico de la guardia nocturna que le salve la vida ante la inminente llegada de los policías. Durante esa noche, vamos a enterarnos quién es en realidad ese tipo y en qué mundo está metido.

Y no le cuento más. Pablo me mira feo, aprieta el mate y se lo saco para anticiparme a que me lo parta en la cabeza. Descomprimo su ansiedad y le pido que se imagine qué hubiese pasado si Superman, en lugar de caer en Smallville, cae en La Matanza. El iris azul de los ojos de Pablo pinta rojo y amarillo en las pupilas.

Le digo que me espere, que voy tirar el agua de la pava y así reiniciamos la mateada. De paso, cambio la yerba que se quemó con el agua hervida.

Desde la cocina le digo que a él que le gusta Chandler, Conan Doyle y Thompson, va a encontrar una vuelta nueva del género policial. Vuelvo al living. La silla de Pablo está vacía. Nunca oí que cerrara la puerta que da al pasillo. La ventana abierta agita la cortina, parece una capa. La descorro y miro al cielo que se ve desde mi piso octavo. Cierro la ventana. Vuelvo a sentarme. Mi amigo me dejó solo, con el mate, verde Kryptonita, en la mano.

http://blog.eternacadencia.com.ar

sábado, 5 de noviembre de 2011

Lola Flores - lo escribí para Radio América AM 1190











Imaginate a la menor de tres hermanos, que desde la panza escucha música. Esa chica, abre los ojos y su mundo es una casa donde el flamenco corre de día y de noche.

La veo jugando a las escondidas, meterse adentro de un cajón peruano y su hermano, el del medio, dos años mayor que ella, que la descubre y tamborillea sobre la madera para aturdirla. La veo salir disparada, meterse detrás de un jarrón, y la casa, llena de parientes y amigos, y convertida en un gran tablao, no deja de sacar música.

“Vida de gitanos”, dicen los vecinos frunciendo la nariz.

Y en la casa de esta niña se sabe que se crece con más y más creación, más y más gente. La música y los amigos no dejan de multiplicarse porque hay una especie de faro que llama, aglutina: la mamá. Hacete un poco a la idea: dos, tres, cuatro guitarras, el cajón peruano, más los golpes de las palmas y los cantos, esos que los vecinos llaman grito. Es que ellos no saben que el flamenco habla desde la herida de su pueblo.

Volvamos a la menor de esos tres hermanos. Entre juerga y juerga, llega la adolescencia. Los juegos de niño deben dejarse y la angustia crece. Un día, como jugando, la menor canta y el hermano del medio la sigue en la guitarra: por, rock y baladas se mezclan con los flamencos. Nada los detiene.

Él escribe y compone, ella canta. Los dos salen de la casa, se hacen famosos, graban en total dos discos, así, como jugando.

Pero un día, la mamá, el faro del clan que marcaba el espacio ilimitado de la creación y la amistad, muere.

El dolor cala a cada uno en sintonía con su nivel de intensidad y es al hermano del medio a quien hiere mortalmente. Dos semanas después del fallecimiento de su madre, él, como si viera en el cielo la luz rectora, ese faro, llamándolo, también muere.

La menor se siente desamparada, sola.

Y en el momento más terrible de su vida, se agiganta porque en la casa la música seguía sonando, los amigos y parientes nunca sacaron las manos de los instrumentos, ni los cantos dejaron de hacer eso tan bello, que a los vecinos le suena a grito, y que los gitanos sienten como herida: el flamenco.

La menor, la que hoy cumple años, es Rosario Flores. Su mamá, la mítica es Lola Flores (La Faraona) y su hermano, el talentoso Antonio Flores.

Ella, tiempo después, les rindió homenajes fuertes, con el sello de la creación: tuvo un hijo el día del nacimiento de su madre y lo llamó Antonio, el nombre de su hermano.

Y, para su hermano, Antonio, compuso la canción “Que bonito”.

http://www.youtube.com/watch?v=qx7zYxloXm8

viernes, 4 de noviembre de 2011

Tejada y el fogón grande - apertura que escribí para Radio América AM1190


Enciendo el fósforo, cuelo la llama entre las hojas secas, ubicadas en la base de una pila de ramitas y troncos. Asciende una nube de humo blanco y me pega en la cara. Doy un paso atrás, me arden los ojos. Una llama anaranjada ajusticia al humo, se multiplican los chasquidos de leña encendida, me restriego los párpados.

Apoyo el traste sobre el lomo de una piedra y ocupo mi lugar en la ronda.

Mientras el fuego elige los mejores caminos para su ardiente paso, nadie habla. La llama crece y las chispas ascienden y se apagan, en viaje a las estrellas. Los destellos anaranjados, inquietos, recortan pequeñas facciones de nuestras caras.

Me levanto. Al pie de la fogata, apoyo la pava. Está inestable. Coloco una rama. Vuelvo a mi lugar. El fuego se prende a la rama, se escapa, serpentea ardiente entre los pastos amarillos hasta que topa con una piedra y vuelve sobre sus llamas para refugiarse en la fogata. En el suelo deja impreso un cauce negro.

Las brasas laten en el centro de la fogata y los primeros rasguidos sobre las cuerdas de la guitarra se buscan y se encuentran en el ritmo de las llamas. No está escrito, nadie lo indicó, pero siempre es así: la fogata se hace fogón cuando las cuerdas empiezan a sonar.

Pongo la yerba dentro del mate, lo tapo con la mano, lo sacudo, saco la mano y voy por la pava. El primer chorrito hincha la yerba, ahí clavo la bombilla, doy la primera chupada. Me llevo la pava caliente y vuelvo a sentarme sobre la piedra. Sebo otro mate, se lo paso a mi compañera.

El guitarrero empieza a cantar. Sumamos nuestras voces, nadie quita los ojos de las llamas, y en una voz de diez matices, en la voz del fogón, Canción con Todos abre la noche.

Mientras cantamos, los destellos del cielo vienen al fuego y las raíces, las de esta tierra, van a la fogata para encender las estrellas, las de la cintura cósmica del Sur. Cantamos y un escalofrío recorre mi cuerpo, los versos se pegan a mis entrañas y aliados con el alma, me funden a la historia original, la del encuentro, el rito entorno del fuego, ese que hace en un fogón.

Armando Tejada Gómez, el autor de los versos de Canción con todos, aprendió la voz popular en los fogones y lo contó en poemas, cuentos y novelas. Armando Tejada Gómez murió un 3 de noviembre del año 1992.

Juan Guinot, 03/11/20011

En este link, podés ver (y escuchar) a Armando Tejada Gómez:

http://www.youtube.com/watch?v=3Su3S9YFfOc

martes, 1 de noviembre de 2011

Grisel con final feliz - Apertura qe escribí para Radio América - Apertura que escribí para Radio América AM 1190


Las hermanas de Pigüé, más porteñas que nadie, empujaron la puerta del bar, detrás de ellas, entró su amiga, esa amiga del pueblo, radicada en Córdoba, que venía a pasar unos días en Buenos Aires. Las hermanas le habían dicho que con su belleza robaría los corazones de los porteños. Las tres caminaron, despacio, dando tiempo para que los demás las miren. Atravesaron las mesas y el aire espesado por el humo del tabaco. En el salón mandó esa clase de silencio que brota del asombro.

El tipo esperaba a las hermanas de Pigüé. AL ver a la amiga se quedó sin reacción; entre los dedos de su mano derecha, sujetaba una lapicera, cuya pluma quedó en el papel y empezó a hacer de un punto azul una gran mancha de tinta. No pudo sacarle los ojos de encima y la chica, que había venido de la sierra, se sintió hermosa.

Él la llevó a la radio, le leyó poemas, le contó historias de la bohemia de Buenos Aires y le hizo conocer los secretos de su corazón.

En la madrugada, la acompañó hasta el portal de la casa de las hermanas de Pigüé. Ellas la estaban esperando con mate y muchas ganas de escuchar. Primero festejaron la hazaña, las anécdotas, pero al final, cuando afueran cantaban los pájaros del amanecer, conversaron a fondo, como lo hacen las amigas. Ella entendió que se había enamorado de un hombre casado, conocido, y que no podía regresar al pueblo del viaje a la Capital con fama de roba maridos. Mordió el llanto y se puso tan gris que hasta las marcas en el cuello de unos besos furtivos, desaparecieron.

El tipo, a mediodía la esperaba en el bar. Ella, a esa hora, se despedía de las hermanas de Pigüé y emprendía el regreso a las sierras. Llevaba dos horas de espera y hasta echó a una que solía llevarlo a su casa, algunas siestas, en que su papá no cerraba el comercio. Ninguna debía ocupar el lugar que había dejado para la chica de la sierra.

El mozo sabía cuando el poeta se ponía mal, entonces, le bajó dos medidas de whisky en el vaso y siguió de largo. El tipo miraba fijo la mancha azul en su libreta.

Las vueltas de la vida o los caprichos del camino que fuerza el paso del caminante, hicieron que se reencontraran. Fue cuando un médico le prescribió al poeta que haga un retiro en Córdoba para curarse. La indicación médica nunca habló de mal de amores, pero tanto el médico, como la esposa del poeta sabían que en las sierras estaba el remedio y que, para recibirlo, debía ir solo.

Hubo reencuentro apasionado y una nueva despedida, desgarradora.

De nuevo en Buenos Aires, el tipo se pasó horas sentado en la mesa del bar. No sacaba la mirada de la mancha azul en la hoja de su anotador. Sacó el capuchón de la lapicera, una lágrima de tinta cayó sobre la mesa, tomó un trago de whisky, apoyó el vaso y escribió:

No debí pensar jamás
en lograr tu corazón
y sin embargo te busqué
hasta que un día te encontré
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena…

Le salió de un tirón. A los pocos días, un amigo, le puso música y a las pocas semanas, el tango Grisel era un éxito que se propaló, también, en las radios de las sierras cordobesas.

Los vecinos del pueblo cordobés no tardaron en conectar la visita de Contursi al pueblo y sus salidas con Grisel. Tampoco, tardaron en conocer que el escritor del tango era casado.

Los charlas de mujeres hablaban de la roba maridos y la de los hombres sobre la belleza de la chica del tango.

Ella, alejada de las idealizaciones del personaje, era la chica de la sierra, la que seguía amando al tipo del bar, al escritor pintón, de Buenos Aires, un amor imposible. Debía cortar de cuajo con todo: decidió encontrar en los brazos de un hombre del pueblo el fin a algo imposible. Se casó (no por iglesia) y tuvo una familia. Por la radio, escuchaba los tangos, los que escribía el tipo del bar y sabía que eran para ella. A los pocos años de casada, su marido la dejó y, un día, llegaron a sus oídos las noticias que contaban que Contursi había enviudado. Grisel, la chica de la sierra, con el corazón postergado, decidió ir por él.

El tipo estaba en el bar, el mozo ya le cobraba el whisky por botella, y Grisel, lo pasó a buscar, lo llevó a la sierra, se casaron por iglesia y el tipo juró, ante el Dios que manaba de los ojos de Grisel, que estaría con ella hasta que la muerte los separe. Cosa que ocurrió, cinco años después, cuando los párpados de él cerraron para siempre.

José María Contursi, uno de los personajes de esta historia, autor de Grisel y otros maravillosos tangos, nació en la ciudad de Lanús, el 31 de Octubre de 1911. Hoy cumpliría cien años.

Juan Guinot, 31/10/2011


Para escuchar el tango: http://www.youtube.com/watch?v=aMOkbXsqqXM&feature=related