martes, 1 de noviembre de 2011

Grisel con final feliz - Apertura qe escribí para Radio América - Apertura que escribí para Radio América AM 1190


Las hermanas de Pigüé, más porteñas que nadie, empujaron la puerta del bar, detrás de ellas, entró su amiga, esa amiga del pueblo, radicada en Córdoba, que venía a pasar unos días en Buenos Aires. Las hermanas le habían dicho que con su belleza robaría los corazones de los porteños. Las tres caminaron, despacio, dando tiempo para que los demás las miren. Atravesaron las mesas y el aire espesado por el humo del tabaco. En el salón mandó esa clase de silencio que brota del asombro.

El tipo esperaba a las hermanas de Pigüé. AL ver a la amiga se quedó sin reacción; entre los dedos de su mano derecha, sujetaba una lapicera, cuya pluma quedó en el papel y empezó a hacer de un punto azul una gran mancha de tinta. No pudo sacarle los ojos de encima y la chica, que había venido de la sierra, se sintió hermosa.

Él la llevó a la radio, le leyó poemas, le contó historias de la bohemia de Buenos Aires y le hizo conocer los secretos de su corazón.

En la madrugada, la acompañó hasta el portal de la casa de las hermanas de Pigüé. Ellas la estaban esperando con mate y muchas ganas de escuchar. Primero festejaron la hazaña, las anécdotas, pero al final, cuando afueran cantaban los pájaros del amanecer, conversaron a fondo, como lo hacen las amigas. Ella entendió que se había enamorado de un hombre casado, conocido, y que no podía regresar al pueblo del viaje a la Capital con fama de roba maridos. Mordió el llanto y se puso tan gris que hasta las marcas en el cuello de unos besos furtivos, desaparecieron.

El tipo, a mediodía la esperaba en el bar. Ella, a esa hora, se despedía de las hermanas de Pigüé y emprendía el regreso a las sierras. Llevaba dos horas de espera y hasta echó a una que solía llevarlo a su casa, algunas siestas, en que su papá no cerraba el comercio. Ninguna debía ocupar el lugar que había dejado para la chica de la sierra.

El mozo sabía cuando el poeta se ponía mal, entonces, le bajó dos medidas de whisky en el vaso y siguió de largo. El tipo miraba fijo la mancha azul en su libreta.

Las vueltas de la vida o los caprichos del camino que fuerza el paso del caminante, hicieron que se reencontraran. Fue cuando un médico le prescribió al poeta que haga un retiro en Córdoba para curarse. La indicación médica nunca habló de mal de amores, pero tanto el médico, como la esposa del poeta sabían que en las sierras estaba el remedio y que, para recibirlo, debía ir solo.

Hubo reencuentro apasionado y una nueva despedida, desgarradora.

De nuevo en Buenos Aires, el tipo se pasó horas sentado en la mesa del bar. No sacaba la mirada de la mancha azul en la hoja de su anotador. Sacó el capuchón de la lapicera, una lágrima de tinta cayó sobre la mesa, tomó un trago de whisky, apoyó el vaso y escribió:

No debí pensar jamás
en lograr tu corazón
y sin embargo te busqué
hasta que un día te encontré
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena…

Le salió de un tirón. A los pocos días, un amigo, le puso música y a las pocas semanas, el tango Grisel era un éxito que se propaló, también, en las radios de las sierras cordobesas.

Los vecinos del pueblo cordobés no tardaron en conectar la visita de Contursi al pueblo y sus salidas con Grisel. Tampoco, tardaron en conocer que el escritor del tango era casado.

Los charlas de mujeres hablaban de la roba maridos y la de los hombres sobre la belleza de la chica del tango.

Ella, alejada de las idealizaciones del personaje, era la chica de la sierra, la que seguía amando al tipo del bar, al escritor pintón, de Buenos Aires, un amor imposible. Debía cortar de cuajo con todo: decidió encontrar en los brazos de un hombre del pueblo el fin a algo imposible. Se casó (no por iglesia) y tuvo una familia. Por la radio, escuchaba los tangos, los que escribía el tipo del bar y sabía que eran para ella. A los pocos años de casada, su marido la dejó y, un día, llegaron a sus oídos las noticias que contaban que Contursi había enviudado. Grisel, la chica de la sierra, con el corazón postergado, decidió ir por él.

El tipo estaba en el bar, el mozo ya le cobraba el whisky por botella, y Grisel, lo pasó a buscar, lo llevó a la sierra, se casaron por iglesia y el tipo juró, ante el Dios que manaba de los ojos de Grisel, que estaría con ella hasta que la muerte los separe. Cosa que ocurrió, cinco años después, cuando los párpados de él cerraron para siempre.

José María Contursi, uno de los personajes de esta historia, autor de Grisel y otros maravillosos tangos, nació en la ciudad de Lanús, el 31 de Octubre de 1911. Hoy cumpliría cien años.

Juan Guinot, 31/10/2011


Para escuchar el tango: http://www.youtube.com/watch?v=aMOkbXsqqXM&feature=related