Le
decíamos Manchita. Su nombre Manchi Turuli. Del portón para afuera,
un mal llevado. Vivía en la puerta de casa y hacía que los andantes,
nunca optaran por la vereda. Cuando nos mostraba los dientes, con mis
hermanos decíamos que se reía. Dormía arriba de la mesa del patio y en
invierno, la escarcha era su frazada. Nació un 2 de abril. Me lo
regalaron para mi cumple de 8. Cuando fue lo de Malvinas, nos olvidamos
de darle la medialuna de cada año. Una vez se fue de casa, detrás de una
perra en celo. Lloramos la ausencia. A los cinco días, volvió flaco,
las patas verdes y olor a bosta. Comió como un Rey. Pasó a ladrar las
veredas del cielo cuando ya me había ido del pueblo. La Parca andaba de
buena racha. Ese año, de un sacudón, sacó de mi vida a Manchita y los
tíos Gordo y Pepe. Para ese entonces, yo era inspector del Fisco, un
portador de título universitario, un solitario, en el Barrio de
Congreso.