Yoel Eduardo, para el amor anda por un solo andarivel, pero para asesorarse en cuestiones de amor, juega a dos puntas: Gonza y Nolo Meza. Gonza hizo lo suyo, trajo mágicamente a Ingrid Grudke a su mundo (incluido el teléfono, dentro del listado de 194 contactos). No le puede pedir más. Entonces, va por Nolo Meza. El ex compañero de telemarketing de Banco Santander (actual gerente de telemarketing del mismo banco) recibe una perdida de Yoel Eduardo y le devuelve el llamado.
Yoel Eduardo no lo deja
hablar, dice una oración pegada a la otra (porque son todas melosas) y, en cada
una, incluye a Ingrid Grudke.
Nolo Meza lo frena,
porque sabe cómo encarar a un tipo por teléfono y sacarle lo que quiere. Le
advierte que él hizo un curso venta para minorías étnicas y le advierte que
abordar a una descendiente de alemanes que te habla en guaraní no es tarea
sencilla. Le sugiere aplicar una táctica de aproximación amistosa, le cuenta
que así hacían los Jesuitas con los aborígenes en la película La Misión (y no
le recomienda verla para no desmotivarlo con el final en caída libre en la
Garganta del Diablo).
Yoel Eduardo corta. No
puede demorar la acción, la sala del teatro se está vaciando y se sale de la vaina:
Yoel Eduardo: Hola, vi
La Misión y no puedo dejar de pensar en Misiones
Ingrid Grudke: Hermosa
Yoel Eduardo: Garganta
del diablo (carita de diablo)
Ingrid Grudke: Claro
Yoel Eduardo: Tierra de
Jesuitas como Francisco.
Ingrid Grudke: Si
Yoel Eduardo: Pioneros
de alma pura
Ingrid Grudke: Si
Yoel Eduardo: Esa
tierra solo puede parir BELLEZAS de ALTURA
Ingrid Grudke: Si
Yoel Eduardo: Hablame
de tu tierra
Ingrid Grudke: Ahora no
puedo
Yoel Eduardo: Hacemos
unos mates en la Plaza de Tribunales, estoy a tres cuadras, llego en un pedo
(pulgar para arriba)
Ingrid Grudke se
desconecta. Yoel Eduardo cree que hizo la mejor preparación de terreno de su
vida, el abordaje deseado para alunizar, montado a su deseo. Imagina a Ingrid
Grudke cargando la pava con agua, no perdiendo un segundo, preparando el matero
para compartir esos mates con los que, está convencido, van a iluminar de verdor
la medianoche porteña.