viernes, 9 de mayo de 2014

El portero de mi analista XIX - Abrazo abandónico

En la última sesión, al finalizarla, mi analista se excusó en agendar nuestro próximo encuentro porque tenía que hacer un viaje y me despidió con “te mando un email con la nueva fecha”. A mí me cayó para la mierda. Lo del viaje no me jodió tanto, por mí se puede ir al culo del mundo, aunque, reconozco que me hinchó las pelotas por qué carajo no me dijo a dónde iba, yo le suelto todo mi rollo y el tipo se reserva un secretito de un viaje pedorro. Pero está bien, la del viaje se la dejo pasar. Lo que me jodió de verdad fue lo de te mando un email. Eso suena a mina que te deja y con esa sensación me quedé. Para colmo (y él lo sabía porque lo hablamos en terapia) una psicóloga (a la que fui a ver porque no podía engancharme una mina en serio) me dejó de atender de un día para el otro porque se fue a vivir a Esquel, y me lo dijo por teléfono un domingo a la tardecito, comprometiéndose, antes de cortar, enviarme una carta para contarme más detalles para que me quede claro por qué se había ido a Esquel. Carta que nunca me llegó. Como nunca me llegaban las mujeres en serio, para tener una familia en serio, con un hogar a leña, perro peludo e hijos. Bué, de todo eso le hablé y, sabiendo lo que me jodió esa experiencia, no entiendo cómo mierda me vino con lo de te mando un email que, al final, me llegó un mes después de la última sesión.
Caliente, re-caliente me quedé. Porque ya es hora de que dejen de colgarme la galleta y, durante todo este tiempo me preparé para decirle lo que le voy a decir, porque si estoy por tocar el timbre en la casa de mi analista, y pedalee cagándome de frío, cuando tranquilamente podía estar en mi casa tomando mate y viendo si conozco una mina en serio entre mis amigas de Facebook, si pospuse ese plan tan importante, es para decirle a alguien, de una puta vez en mi vida, que yo dejo a alguien cuando yo digo, porque si yo  quiero no vengo más y yo… “¿Tecito de tilo amigo?” aparece Adolfo y me saca de mis pensamientos.
Le digo no, gracias con ese tonito y postura que se le vomita al vendedor ambulante del subte que te pone un almanaque, siempre, con el signo del sodíaco en el reverso que corresponde a alguna de tus ex, esas que te dejaron en Pampa y la vía.
“¿Estás mal porque la última vez no vine?”, me dijo mientras extiendo el brazo derecho para concretar la operación de tocar el timbre. Pausa, retraigo el brazo, lo miro, me descoloca. “Perdoná, la próxima te llamo al celu, te aviso con tiempo, te explica qué me pasó, en serio, disculpame, estuve poco profesional” y como lo dice en un tono de genuina culpa, en lugar de aclararle que con él no estoy enojado, que mi bronca es con el analista, le digo que no se preocupe, que está todo bien, que le voy a agradecer que me llame y que me alegra verlo nuevamente.
Adolfo, el portero del edificio donde vive mi analista me abraza y me dice al oído “Celebro que hayamos re-establecido el vínculo. Dale, pasá, yo le toco el timbre para avisarle que subís”.

Encaro por el palier, enfilo al ascensor, me aferro al mango de la puerta, la abro, hago todo como un autómata, sin entender por qué estoy en el aquí y ahora. Al entrar al ascensor, solo logro ver que mis pensamientos son los libros de una biblioteca sin estantes.