Editorial Ayarmanot nos convocó para imaginar una Buenos Aires del futuro. El resultado, un libro de relatos que está por salir.
Acá, tenés al equipo completo
Pablo Martínez Burkett, Claudia Cortalezzi, Juan Pablo Cozzi, Hernan Dominguez Nimo, Guillermo Echeverría, Teresa Pilar Mira, Juan Guinot, Luis Acqualux Mazzarello, Laura Ponce, Ramiro Sanchiz, Nestor Toledo, Néstor Darío Figueiras y Juan Manuel Candal
viernes, 31 de enero de 2014
martes, 28 de enero de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
Entrevista. La Guerra del Gallo y lo que se viene.
Sandra Ávila me hizo una entrevista.
La títuló "Juan, el escritor delirante".
Podés leerla acá.
http://www.luisbarga.net/2014/01/libros-juan-guinot-el-escritor.html
La títuló "Juan, el escritor delirante".
Podés leerla acá.
http://www.luisbarga.net/2014/01/libros-juan-guinot-el-escritor.html
lunes, 20 de enero de 2014
La Guerra del Gallo en las Islas Malvinas
![]() |
El ex no combatiente tiene todo absolutamente planeado |
Masi y su Gloria I con las tácticas y estrategias |
No sabe si son o no son, no quiere preguntar, no pueden identificarlo, siente que el corazón le estalla. |
¡Confirmado! Llegó. A Masi se le llenan las lágrimas de ojos. |
De reojo, mira la bandera local |
Reconocimiento del terreno |
Los Pingüinos Reales se cuadran cuando ven a Masi. |
Penacho le cuenta a Masi que la Abuela Eulápida está en la Isla y lo busca. Masi necesita encontrar al gallito Exocet para presentarle batalla a la vieja chota. |
En la cueva del Magallánico, finalmente, se entera del paradero del gallito Exocet |
Un lobito aliado le indica el camino para encontrar el gallito Exocet. |
A Masi le tiemblan las piernas, nadie le había avisado, en el camino, se topó con campos minados. |
La Abuela Eulápida se presenta para dar batalla. |
Masi libera de un gallinero a Exocet para hacer cagar fuego a Eulápida. |
Eulápida, desde lo alto, altanera y provocadora. |
Calcomanía que la Abuela Eulápida puso para intimidar a Masi. |
Así quedó la Abuela Eulápida después de pelear con el gallito Exocet. |
Masi, de regreso, victorioso. |
jueves, 9 de enero de 2014
El portero de mi analista XII - La bola y el niño
Llego a la puerta del edificio donde vive mi analista.
Desde acá, veo al florista, está apoyado sobre mi bici (atada a un caño del
puesto), me apunta con la mirada, en la mano lleva el ramo de claveles
marchitos que, por estar atendiendo a una anciana, no me pudo enchufar. Lo
miro, levanto el brazo derecho y, con el dedo índice recto, giro la mano en
clara señal de “a la salida te lo compro”. Entre el manojo de tallitos
lánguidos, asoma su pulgar derecho. Respiro, al salir, encontraré mi bici sana
y salva.
Mientras espero a que pasen los dos minutos que restan
para la hora de mi sesión, al no ver a Adolfo, pienso qué al pedo, mientras
venía, estuve pensando cómo lo encaraba con el asunto de la rueda. Igual, arriba
de la bicisenda, no estuve tanto tiempo ocupado en él. A las cuadras, me
preocupé por otra cosa: los aires acondicionados. Desde la bici, hice una
interesante observación: todos los aparatos estaba encendidos, en una mañana
fresca. Y, se me ocurrió, que debe haber una memoria del calor; supongo que la
gente, en su gran mayoría, no se cree que aconteció un bajón de 18 grados de
temperatura y sigue sufriendo por el calor que ya no está en el aire. Ahora
bien, además de gastar electricidad al pedo, andar con el aire cuando está
fresco no puede más que cagarte la salud. Se me ocurre, entonces, que la gripe
es el puente que te trae del pasado caluroso al presente del fresco.
-¿Tiene algo para contar? –aparece Adolfo con una bola
roja del árbol el navidad en la mano izquierda y la figura del Jesús Niño del
pesebre en la derecha.
Sobresaltado, le digo que no. Él me mira en silencio.
Esquivo su mirada. A través de la puerta abierta, que él traba con el talón
izquierdo, visualizo (al fondo del palier) al árbol de navidad casi
desmantelado y rodeado de cajas. Vuelvo a mirarlo, le hablo del fresco salvador
que nos sacó del calor infernal.
-Ajá, fresco salvador, calor infernal, me interesa –frunce
el ceño y se acaricia el mentón con la punta de los dedos de la mano que
contiene al Niño Jesús -¿Y, te quema mucho?- calla, deja de mover la mano, el bebito del
pesebre queda pegado a sus labios.
Le contesto que, por suerte, soporto muy bien el calor
y paso el brazo delante de Adolfo, camino del timbre de mi analista.
El portero efectúa un paso al frente, mi brazo topa
con su pecho y vuelve a mí, sin lograr cumplir con la misión que le había
asignado.
-Entre el fuego y la luz, hay un puente, ¿cuál es ese
puente? –me tira a viva voz, mirando al cielo, con los brazos abiertos en cruz,
con la bola roja en la mano izquierda y el Niño Jesús en la derecha
Y pienso, me sale Gripe, yo que sé, hace dos minutos
estaba pensando en eso, lo del puente entre la memoria del calor y el presente
fresco; por ahí el tipo me leyó el pensamiento. Pero, no me sale decir nada.
Aprovecha mi silencio y, mientras inicia una marcha
lenta, suelta a grito pelado:
-El Alma, Juan, la respuesta es: El Alma –un taxista,
alertado por el grito, pisa los frenos, me mira como diciendo devolvele el Alma
al tipo o te cago a trompadas. De la cochera de enfrente sale el playero (quien
nunca recibe mi bici, ni cobrando, porque dice que tiene la cochera completa) y
también me mira acusadoramente.
Trabo la puerta con la punta de mi pie, estiro el
brazo, toco timbre, mi analista me atiende y le digo que paso.
Entro al palier, la puerta cierra, sobreviene un
estallido plástico, pasan a mi lado escamas rojas. Tuerzo el cogote, mientras
llamo al ascensor. Adolfo, parado del lado de afuera, hace canastita con las
dos manos, en el medio contiene al Niño Jesús.
Llega el ascensor, me meto, no quiero pensar que el
Portero de mi analista me tiró con la bola del árbol del navidad y que la
puerta me salvó de que me pegara. No voy a paranoiquearme, no es el momento, si
me manijeo es peor, no solo porque tengo por delante una hora de sesión con mi
analista, sino porque, en una hora, tengo que volver a atravesar la puerta por
donde acabo de pasar.
sábado, 4 de enero de 2014
Unificación en la antología Tiempos Oscuros (España)
De los editores de revista miNatura (Ricardo Acevedo Esplugas y Carmen Rosa Signes Urrea), llega esta publicación del relato fantástico argentino. Dentro de la selección (de Pablo Martínez Burkett y Cristina Jurado) encontrarás Unificación, (publicado en la antología 12 Rounds)
00/ El vampiro/ Horacio Quiroga
00/ Las Vísperas de Fausto/ Adolfo Bioy Casares
00/ La noche boca arriba/ Julio Cortázar
00/ El libro de arena/ Jorge Luis Borges
00/ Primera Línea/ Carlos Gardini
00/ Mopsi, te odio/ Eduardo J. Carletti
00/ Algunas palabras mágicas/ Sergio Gaut Vel Hartman
00/ La Noche Reina/ Luis Pestarini
00/ Cibersoldado/ Mario Daniel Martín
00/ Para verlos volar/ Juan Manuel Valitutti
00/ Paulina/ Laura Ponce
00/ El primer altar de Menuken/ Néstor Darío Figueiras
00/ Y entonces no habrá más miedo/ Pablo Martínez Burkett
00/ Unificación/ Juan Guinot
00/ Detrás del alambrado/ Adam Gai
00/ Vidrio Líquido/ Teresa P. Mira de Echeverría
00/ Blanca en la noche/ Luciano Doti
00/ Rose/ Candela Robles Avalos
00/ Área chica/ Claudio Alejandro Amodeo
00/ En la selva/ Nestor Toledo
00/ Cerrada/ Ricardo Giorno
00/ El apocalipsis según Hilario/ Sebastian Ariel Fontanarrosa
00/ Cadenet/ Gustavo Fernando Fantin
00/ Me llevarás contigo/ Viviana E. Viviana Palevsky
00/ El sueño de la casa propia/ H.R. Malkiel (seud.)
00/ Niño otra vez/ Ernesto Parrilla
00/ Ensayo: La ciencia ficción argentina/ Pablo Capanna
miércoles, 1 de enero de 2014
El portero de mi analista XI - Rueda nueva
La insistente machedumbre
del sol, hizo de mi cocina un horno. El calor copó
el departamento. Me refugio en la única habitación con aire acondicionado. Debajo del chorro de aire frío, me
cuelgo mirando por la ventana. La vereda de
enfrente marca el límite; cruzarlo es estar en el silencio de los apagones. De
aquel lado, ni siquiera las ambulancias, chillan. Desde mi ventana del piso
doce, miro el parque, sufriendo a cuenta lo que todavía no me tocó, pero sé me
va a tocar: un corte de luz.
Suena el teléfono. El
ring, en general me da palpitaciones.
No sé por qué registro (de esta u otra vida) un llamado es, para mí, el
contacto para dar una mala nueva.
Atiendo. “Hola, adiviná
quién soy”, me dice una voz masculina. Y, con esto de los secuestros express y
mi latente estado de paranoias, prefiero ser directo, decirle que no lo reconozco.
“Te olvidás rápido de los amigos”, desafía.
Meto el buscador cerebral
la palabra amigo, con el agregado Fin de Año, y aparece un conjunto de media centena de nombres.
Arriesgo al decirle que es Pipo, un colega afecto a hacer jodas. “Ya vamos a
ver, en otro momento, quién es ese Pipo en tu vida. Soy Adolfo”.
Adolfo en el conjunto
amigos no aparece, me quedo en silencio, prefiero no repetir la imprudente acción
de tirar un nombre. Avanza sobre mi silencio: “Soy el Adolfo a quien vos le
decís Francisco”.
Largo un sí, disculpá,
estaba con la cabeza en otro lado, justificándome, con culpa, en lugar de
preguntar de dónde mierda sacó mi número de teléfono.
“Te llamo porque te
olvidaste algo”, dice, cortante. Le suelto un qué me olvidé dubitativo y con
cola de silencio para darle espacio a su verba y que muestre las cartas. “Un
tornillo no es porque ese se te cayó hace rato”, él ríe, yo no. “Dejaste una
rueda de la bicicleta en la puerta del edificio”. Algo descolado, le contesto
que no dejé rueda alguna porque, de la última sesión, volví pedaleando. “Vos no
sabés ni dónde estás parado, por favor, andá a fijarte si no te falta una rueda”,
me ataca con tono de padre enojado.
Sumiso, salgo de la
habitación, a cagarme de calor, con el celular pegado al oído. Llego al balcón y,
con cierto alivio, confirmo mis dichos, mi bici tiene las dos ruedas. Se lo
digo. Adolfo dispara, “¿Estás seguro de que no te dejaste esta rueda?” En el tono de
un soldado que le habla al Sargento, le suelto un sí, estoy seguro.
“¿Desde cuando vos estás seguro de algo? Mirá, es recomendable
hacerse cargo de lo que se deja, esta rueda es el pasado, negarla es no meterte
con vos y si no encarás ese laburo, por más que tengas rueda nueva, nunca podrás empezar un Año Nuevo”. Calla. Me quedo en silencio. Sé que no cortó, oigo su
respiración.
Miro mi bici, no tengo dudas de que
nunca le cambié las ruedas y que Adolfo se confunde con otra bici. Eso le digo.
“Si no reconocés tu
propia rueda, difícilmente encontrarás tu camino. Eso es todo por hoy,
trabajalo, cualquier cualquier cosita me llamás antes, sino hablamos la semana
que viene. Feliz Año Nuevo”
Me sale corresponderle el deseo buen comienzo de año, pero no me oye, porque corta y me deja hablando solo, con la vista clavada
en mi bici, con sus dos ruedas.
Bajo la cortina que
da al balcón. Vuelvo al cuarto con aire acondicionado. Está tan caliente como
el resto del departamento porque, mientras iba a ver la bici, dejé la puerta
abierta.
Cierro la puerta,
apoyo el celular en el escritorio, estoy por empezar a elucubrar cómo mierda
este tipo consiguió mi celular y se corta la luz. Y ya no pienso más nada. En
la órbita del ahogo, mi territorio es silencio de apagones.
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