Luna llena en el cielo.
Yoel Eduardo está en la puerta del teatro, apoyado contra las rejas que acaba de
cerrar (con gruesas cadenas y candado) el Guardia. El tipo de la seguridad no
lo saludó porque Yoel Eduardo es asistente de iluminación y maneja el seguidor
de luz de la obra más intelectual de Avenida Corrientes. El Guardia, por el
contrario, se deshace por caerle simpático a los actores de esa obra. A Yoel
Eduardo no le duele el ninguneo. El encargado de la seguridad, entiende, se va
a querer matar cuando se entere quién es él y de la mano de qué actriz famosa
(y que esté re fuerte) se hará también famoso. Yoel Eduardo no está para ponerse
de mal humor, porque arranca la semana con mente positiva. Tuvo una breve
charla telefónica con su Nolo Meza. Fue brevísima porque Nolo Meza estaba laburando
en el Telemarketing de Banco Santander y, como Gerente, no puedo hacer notar
que usa un teléfono para hablar cosas personales. Yoel Eduardo, como hasta hace
un año trabajaba ahí, sabe que ese fue el motivo de la escueta frase (tipo
dorso de sobrecito de azúcar) que le tiró Nolo Meza: “La derrota es cuando se
asume”, dijo y cortó. La sabiduría del consejero lo invitaba a que la réplica
sea un río serpenteante, de cursos subterráneos, en los meandros de su mente.
Eso está haciendo, mientras mira esa luna llena que le gana en destello a la suma
de luminaria pública y marquesinas de
Corrientes. Lo de Juanita Viale ya pasó, prefiere entender que la chica trata a
todo el mundo así, que Nachito Viale no va a llamarlo y que Mirtha Legrand es
demasiado zorra como para tirarle tierra a una joven promesa del teatro (o sea,
él) que, mañana mismo, puede estar necesitando para levantarle el rating al
programa de los almuerzos. El consejo de Nolo Meza cala hondo, no asumirá la derrota.
Yoel Eduardo se ríe al recordar los momentos en que los revoltosos púberes
Juanita y Nachito Viale quemaban los Origamis allá lejos en el Okinawense. En
medio de los pensamientos, entra música. Sale del interior de una camioneta
enorme, con las balizas encendidas, apostada en la puerta del teatro vecino,
donde dan un obra con minas en bolas y dos actores que hacen imitaciones. El
tipo debe estar esperando a su vedette amada. Yoel Eduardo no quiere envidiar,
pero siente que del teatro vecino se gesta un amor que él desea y no le llega.
Mira nuevamente la luna, espera que el influjo del satélite lo tranquilice. De sus
labios brota un suspiro prolongado. De la camioneta sale una canción que
reconoce, la de Ciro, esa que dice “Mírenla, pero miren, pero mírenla” y se
acuerda del video, de la actriz que actúa, de lo hermosa que es y lo delicioso
que le queda el lunar en el rostro, y piensa “Luna-lunar”, la cara le cambia. No
mira más la luna, despega la espalda de las rejas del teatro donde trabaja,
empieza a caminar por corrientes, el corazón batiente se torna cada vez más
arrítmico, tiene que meterse en La Paz, tostado de jamón y queso mediante, va a
buscar entre los 194 contacto que le pasó Gonza el teléfono de Isabel Macedo.