miércoles, 23 de mayo de 2012

Plato volador

20.05.2012
Pego los ojos a la ventanilla. Al costado de la ruta pasan las formas nocturnas de los árboles. También pasa el tiempo que acumulo sin ver un plato volador.
Me separo del vidrio, saco con la mano la marca de mi aliento.
Mi viejo, entre bostezos, dice que, cuando vivían con mamá, en la quinta, se les apareció un ovni del tamaño de un pomelo. Le digo que no me cuente más esa historia, que escucharla me envenena porque soy el único de la casa que no vio un ovni. Resopla.
Le recuerdo que los mellizos, que todavía tienen dientes de leche, vieron la famosa bola de luz que llegó hasta Aeroparque y yo, que ya tengo pelos en las patas, no paso de satélites y estrellas fugaces.
No me vuelve a hablar, se refriega los ojos con los dedos de la mano derecha y la devuelve al volante.
Mueve la cabeza a ambos lados y el cogote rechina como el piso de madera de casa, ese que, él dice, pisan los fantasmas.
Continuamos viaje en silencio.
Al frente, mucho más adelante de las luces de nuestro auto sobre la ruta, la panza de la luna llena muerde un pedacito del horizonte y el destello llega al capot turquesa de nuestro Polara. Me da bronca no haber visto un plato volador. No soy ambicioso, no espero ver, de primera, a Darth Vater o ET, me conformo con la nave más chiquita de todas las que salen en Encuentros Cercanos.
Y termino de decirlo y de esa luna enorme brotan dos luces. Se me hace un nudo en la garganta. Papá putea.
Las dos luces se agrandan y se montan al capot del Polara. Suena a chapa doblada la luna que estalla en mil estrellas.
El horizonte partido de destellos es mi vuelo.