sábado, 11 de febrero de 2012

Pushkin - Apertura que escribí para Radio América AM 1190


Natalia es una de las mujeres más deseadas de la burguesía de San Petersburgo. Siempre brilló con luz propia, pero nunca pensó que al salir de Moscú, esa luz iba a llegar a quemar allí, donde late el corazón de ese famoso escritor que ahora la lleva de la mano.
Esta fría noche de invierno en San Petersburgo, ha pagado una fastuosa fiesta.
Por suerte, la exitosa repercusión de su revista literaria le permite costear los caprichos de su Natalia. Los ingresos por las ventas de la revista también le alivian sus deudas, en gran parte, originadas en su afición por el juego.
Natalia está en el medio del salón, los tipos de San Petersburgo, esos tipos que envidian el suceso del escritor, saben que por capacidad intelectual no podrán dañarlo. Solo les queda un flanco para herirlo mortalmente: Natalia.
El escritor se separa de su mujer y se mete en la cocina.
Los tipos de la envidia confabulan, ven en la presencia solitaria de Natalia, la oportunidad para atacar. Y con quién hacerlo.
El elegido es el sobrino del Embajador Holandés, un galancete francés que mira a todo el mundo por arriba de su hombro, que huele a perfume parisino y provoca en las doncellas encantamientos, con sus palabras de champagne.
El escritor acaba de repasar cada uno de las bandejas que salen en tropel desde la cocina. Llega al salón y la noche se planta en su mirada. Su Natalia se ríe, las mejillas enrojecen, los ojos le brillan, mientras el francés le sopla al oído palabras de champagne. El escritor enfurece, empuja mozos y fuentes. No piensa, solo siente que debe salvar su honor y lo reta a duelo.
Al aire libre, los duelistas se miran. El francés sonríe. El escritor arde.
Llega la orden de presionar los gatillos. El escritor siente la descarga de su oponente quemar en su pecho. La pistola, adrede desactivada, cae de su mano. El corro de envidiosos celebra el triunfo. Natalia hunde su cara en el pecho ensangrentado de su esposo. Su cara, roja, se pone fea. Y ella se apaga, mientras, el escritor Aleksander Pushkin, con treinta y ocho años de edad, da el primer paso a la muerte, a la historia de la gloria pasada de Rusia, al futuro de la literatura.