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Primer contacto
Mi viaje duró cinco sueños recurrentes. Los Cooperantes lo identificaron en mi anaquel filogenético: subía a una nave Delta de atmósfera nimbada, sentía un gozo infinito y justo antes de partir, estaba fuera del sueño, dentro de mi mundo y encandilado por el tridente de soles. Drono decía: “Dos sueños recurrentes y conocerás el infinito; solo conéctame al tuyo para ayudarte”. Drono era mi guía, un manipulador sináptico (llevaba y traía a su antojo), un ladrón de sueños recurrentes y de haber atendido esa sugerencia estaría en la orla de la anti-materia. Dresi, por el contrario, era un Cooperante. Dresi, el de la piel lúbrica, apoltronado, reflector de estímulos, es como si lo viera allí, a la sombra de mi plataforma: “la vida dura treinta y tres sueños recurrentes, busca el tuyo, para hacer tu viaje”. Me lo decía siempre. Lo extraño. Dresi me insistió en buscar mi sueño recurrente para llegar a un nuevo planeta y, al final, cayó con un grupo de Cooperantes antes de la puesta de los soles, mientras Drono estaba en el nido gemelo. Me rodearon, entraron en mi anaquel filogenético y oí a Dresi: “el de la nave Delta, ese es tu sueño recurrente”. Luego fueron donde Drono, le hicieron inestable sus plataformas y el tirano que tanto me horrorizaba brotó en miles de burbujas y mutó a gelatina de superficie. Dresi se desconectó de mi mirada oblicua, había llegado el momento e hice el camino inverso: encandilé mi ojo con el tridente de soles, volví a la atmósfera nimbada de una nave Delta, sentí un gozo infinito, estaba en mi sueño recurrente, lo repetí cinco veces y quedé fuera de él cuando un sol, si era uno solo, encandiló mi ojo. Roté y a tres sombras de mí había un ser, de dos ojos, dos orificios y un agujero en una parte chica y en la otra más grande (unida a la anterior por un tracto blando) colgaban dos látigos de cinco puntitas móviles en cada uno y, hacia abajo, se apoyaba en dos listones apostados en la tierra (allí donde nosotros tenemos plataforma). Conecté mi ojo a los suyos (era difícil la alternancia visual), achicó las sombras de distancia, aproximó las cinco puntas de uno de sus látigos sobre mi crisma, me las hundió y llegó hasta mi plataforma. Las quitó a toda velocidad, redondeó los ojos y cayó hacia un costado. Quedó como una capa de piso, amalgamado con su sombra. Dos seres similares me miraban desde dentro de algo cúbico como nido unicista. Roté, el sol me ardió dentro del ojo. Mi plataforma respondió al mando, elaboré un recuerdo por Dresi y me lancé a explorar este planeta.





Un invierno conocí La Guardia, un pueblo gallego que está a la orilla del Atlántico, a los pies del monte Santa Tecla, escoltado por el río Miño y bajo la protección de una aldea Celta (ubicada en cima del monte). Las impresiones de mi primera noche allí quedaron en este poema El poema acompaña la foto del faro y forma parte de un libro del artista Modesto Martínez. MOdesto capturó fotos increíbles de La Guardia y que puedes descargar de la web de genial Modesto Martínez Vazqez Prada: http://www.modestomartinez.com/librofotos.html






