sábado, 24 de diciembre de 2011

Luca Prodan - Apertura que escribí para Radio América


Te dicen que te morís, que ya no tenés más nada que hacer de tu vida. Recibís una carta con una foto el mismo día en que te avisan que tu cuerpo pisa la zona de caducidad. Y esa foto es la de un amigo que vive en un país del sur, entre unas sierras, rodeado de plantas de frutales, olivos. Y tener esa foto en la mano es como tener de frente la ventana para escapar
¿Qué hacés?
Yo me subo al primer avión.
Todavía no hay vuelos directos desde Londres a Buenos Aires y la plata no me sobra. Es un viaje con escalas. Eso no importa, lo que si me interesa es alejarme de Grenwich y su meridiano, donde los médicos y la parca ya marcaron mi hora.
Durante el vuelo ni miro por la ventanilla, solo repaso la foto del amigo en las sierras de Córdoba.
De Ezeiza a La Cumbrecita en auto, es como ir desde Londres a Berlín, con el tiempo del transbordador del Canal de La Mancha (ese que te deja en el puerto de Callais) incluido.
Estamos en Córdoba. Mi amigo me abraza, no sé, parece que abrazara a un muerto, uno que está acostadito adentro del cajón, y le digo que vengo a descontar el tiempo adicionado, el que yo decidí robarle a la muerte. Y él se ríe.
A la sierra le traigo mi música. Vecinos de mi amigo se prenden a mi locura. Armamos una banda y hasta tenemos en la batería una chica inglesa. La ginebra, amigos, bebida en los boliches de paisanos, esto lo mejor del mundo. La Guerra de Malvinas, todo lo contrario. La baterista regresa a Londres.
El humo de la guerra deja de agobiar por la potencia que trae el rock nacional, arropado con democracia.
Buenos Aires tira y dejo la sierra. Pero la banda no entra en la Capital de una, recalamos en Hurlingham. Tacamos en El Palomar. Al fin decidimos la invasión a Buenos Aires: de noche, con una banda rearmada con pibes del Oeste y bajo tierra (bares underground).
Esta ciudad me encanta. De Buenos Aires no me voy ni muerto. Recalo en Abasto, un barrio de laburantes, con gente del tipo que me tocan el corazón, casi sin hablar y ginebra de por medio.
La ginebra está en el Abasto. Acá también está el alma de Gardel. La ví algunas veces detrás de las pibas que me gustan. Compartir con él las chicas no me preocupa, lo que me asusta, es verlo a él. Si se me aparece, entonces, la muerte está cerca.
Lo de nuestra banda es increíble. Gusta la música, gustan las letras. Mi voz, gusta. Los chicos se rapan la cabeza, imitan mis gestos.
Y acá estoy, tocando por todo el país, saliendo en la tele. Me pregunto si los doctores ingleses, esos que me tiraron a la muerte con su azada, se enteraron que sigo vivo. ¿Les habrá llegado alguno de mis discos?
Y yo acá, entre viejos vinagres y rubias taradas, creyéndome poco de lo que la vida me trae en ropas de esperanza.
Me fui del Abasto, estoy en San Telmo, pero a Gardel lo sigo viendo. Te diría que me lo encuentro no menos de tres veces por día y hasta me regala esa sonrisa que le parte en diagonal la cara.
Hace dos días tocamos. No había mucha gente. Le dije a uno de los chicos de la banda que era la última. No podía explicar mucho. La parca que dejé plantada en Londres llegó a Buenos Aires. No está muy contenta con la espera que se comió conmigo, pero tiene códigos, sabe respetar al que le roba tiempo. Solo me dirá que vaya con ella y eso haré, ni bien despegue mi mano de estas palabras.
Luca Prodan murió, a los 34 años, en el barrio de San Telmo, un 22 de diciembre de 1987.

Si querés escuchar: http://www.youtube.com/watch?v=yj-Sl2_IXVI