Lectura para antes del fin del mundo
Juan Guinot, autor de 2022-La guerra del gallo (ed. Talentura), novela que se presenta en España el mes que viene y en Argentina en abril del 2012, recomienda leer a Leo Oyola porque “escribe como si te estuviese filmando una película, con sonidos de ambiente, música y efectos especiales”.
Por Juan Guinot.
Pablo cae al departamento. Pongo la pava, armo un mate. Él me dice que quiere empezar por leer algo de la nueva narrativa, me pide que le recomiende un libro. Lo miro con desconfianza y me escudo en el cambio de yerba para no dar una rápida respuesta. Cruza mi silencio, me dice que no está jodiendo, que quiere parar de leer clásicos, por lo menos, antes del 2012. Habla en serio, mi amigo se creyó lo del fin del mundo y está jugando tiempo de descuento.
La pava chilla, me apuro a apagar la hornalla y vamos al living.
Tiro un chorrito de agua adentro del mate, la yerba seca se hincha, el verde de las hojas saca espuma y burbujas, mal presagio. Meto la bombilla, vuelvo a poner un poco más de agua. Le paso el mate cimarrón. Pablo toma a las apuradas, se quema la lengua, putea al Dios del Agua Hervida, pero no se la agarra conmigo, a mí me necesita concentrado en una respuesta que me acaba de pedir, y se la doy: le digo que si quiere empezar por uno bueno, pero bueno de verdad, es Leonardo Oyola, que es un autor que tiene un ritmo impresionante, escribe como si te estuviese filmando una película, con sonidos de ambiente, música y efectos especiales incluidos.
Pablo vuelve a la bombilla, toma de a chupadas cortas, lo conozco, lo enganché.
Su expectación me envalentona, le cuento que Kryptonita, la novela que acaban de publicarle, trata de un flaco, capo de una banda criminal, que cae herido de muerte. Los colegas lo llevan a un hospital. Le piden al médico de la guardia nocturna que le salve la vida ante la inminente llegada de los policías. Durante esa noche, vamos a enterarnos quién es en realidad ese tipo y en qué mundo está metido.
Y no le cuento más. Pablo me mira feo, aprieta el mate y se lo saco para anticiparme a que me lo parta en la cabeza. Descomprimo su ansiedad y le pido que se imagine qué hubiese pasado si Superman, en lugar de caer en Smallville, cae en La Matanza. El iris azul de los ojos de Pablo pinta rojo y amarillo en las pupilas.
Le digo que me espere, que voy tirar el agua de la pava y así reiniciamos la mateada. De paso, cambio la yerba que se quemó con el agua hervida.
Desde la cocina le digo que a él que le gusta Chandler, Conan Doyle y Thompson, va a encontrar una vuelta nueva del género policial. Vuelvo al living. La silla de Pablo está vacía. Nunca oí que cerrara la puerta que da al pasillo. La ventana abierta agita la cortina, parece una capa. La descorro y miro al cielo que se ve desde mi piso octavo. Cierro la ventana. Vuelvo a sentarme. Mi amigo me dejó solo, con el mate, verde Kryptonita, en la mano.