Enciendo el fósforo, cuelo la llama entre las hojas secas, ubicadas en la base de una pila de ramitas y troncos. Asciende una nube de humo blanco y me pega en la cara. Doy un paso atrás, me arden los ojos. Una llama anaranjada ajusticia al humo, se multiplican los chasquidos de leña encendida, me restriego los párpados.
Apoyo el traste sobre el lomo de una piedra y ocupo mi lugar en la ronda.
Mientras el fuego elige los mejores caminos para su ardiente paso, nadie habla. La llama crece y las chispas ascienden y se apagan, en viaje a las estrellas. Los destellos anaranjados, inquietos, recortan pequeñas facciones de nuestras caras.
Me levanto. Al pie de la fogata, apoyo la pava. Está inestable. Coloco una rama. Vuelvo a mi lugar. El fuego se prende a la rama, se escapa, serpentea ardiente entre los pastos amarillos hasta que topa con una piedra y vuelve sobre sus llamas para refugiarse en la fogata. En el suelo deja impreso un cauce negro.
Las brasas laten en el centro de la fogata y los primeros rasguidos sobre las cuerdas de la guitarra se buscan y se encuentran en el ritmo de las llamas. No está escrito, nadie lo indicó, pero siempre es así: la fogata se hace fogón cuando las cuerdas empiezan a sonar.
Pongo la yerba dentro del mate, lo tapo con la mano, lo sacudo, saco la mano y voy por la pava. El primer chorrito hincha la yerba, ahí clavo la bombilla, doy la primera chupada. Me llevo la pava caliente y vuelvo a sentarme sobre la piedra. Sebo otro mate, se lo paso a mi compañera.
El guitarrero empieza a cantar. Sumamos nuestras voces, nadie quita los ojos de las llamas, y en una voz de diez matices, en la voz del fogón, Canción con Todos abre la noche.
Mientras cantamos, los destellos del cielo vienen al fuego y las raíces, las de esta tierra, van a la fogata para encender las estrellas, las de la cintura cósmica del Sur. Cantamos y un escalofrío recorre mi cuerpo, los versos se pegan a mis entrañas y aliados con el alma, me funden a la historia original, la del encuentro, el rito entorno del fuego, ese que hace en un fogón.
Armando Tejada Gómez, el autor de los versos de Canción con todos, aprendió la voz popular en los fogones y lo contó en poemas, cuentos y novelas. Armando Tejada Gómez murió un 3 de noviembre del año 1992.