Acaba de decir a los niños, que trazaban el aire con sus redes, que dejen de cazar mariposas, porque las mariposas vienen de los gusanitos nacidos de los muertos y mutan a mariposas para hacer el vuelo de la transformación. Los chicos lo miraron incrédulos, entonces él les preguntó qué pasaría si al matar una mariposa están matando a un poeta o un músico que acaba de morir.
Los niños ahora lo ven de espalda: sombrero blanco, saco y pantalón negro. A paso cansino se aleja el viejito espigado. De su mano derecha brota un cigarro de punta ardiente y humo espeso. Al viejecito le brotan dos sombras nacidas de la espalda.
Los chicos, impactados, hacen una bola con las redes, la guardan en los bolsillos de sus pantalones y miran al viejo alejarse, camino arriba. Las dos sombras de la espalada se agitan y el viejito camina mucho más arriba del suelo y se dirige allí, donde nace el sol.
Ya no pueden verlo, el sol del Caribe, una mañana, en temporada de secas, es tan furioso que les nubla la mirada con manchones amoratados.
Uno de los chiquilines se cubre la cuenca de los ojos con sus palmas. Al recuperar la visión, mira a sus colegas de tropelías como preguntando si habían visto lo que él. Los demás, todavía algo enceguecidos, contestan con sus silencios.
Una nube ingobernable de mariposas sale de los cañaverales, pasan sobre ellos, son miles, aturden con sus aleteos y vuelan en la misma dirección que ha tomado el viejo espigado, ese que se fue caminando por el aire.
Y los aleteos emprenden miles de kilómetros de distancia, por donde nace el sol, y brotan en un bar de Paris. Y lo hacen en cuatro tonos.
El guitarrista de la banda es cubano y se apoya el perfil del armonio(una especie de guitarra inventada por su maestro) en la panza y medio que se apunta a la cara con el agujero de la guitarra. Los dedos huesudos, al igual que su maestro, también pasaron por el armado de los cigarros, antes de salir por el mundo, a acariciar las cuerdas, a hacer música. Los rasguidos siguen en los cuatro tonos y antes de cantar la canción que todos esperan, esa que se hizo famosa por la película, se acerca al micrófono y dice (en cubano) que el autor de la canción, su maestro, siempre le insistía en una idea: “vamos a cambiar las armas por las almas para ver si con la cultura podemos salvar a la humanidad”. Y le parece que el viejo espigado, de gorra blanca y traje negro pasa volando sobre las cabezas del público parisino. Pero deja de pensar, porque el tema sigue, la trompeta irrumpe, los franceses aplauden y no saben si lo hacen porque vieron lo que él, o si entendieron lo que dijo, o si aplauden porque lo calló la trompeta o porque en la primera fila se abrió una caja de cigarros Monte Cristo.
Pero el caso es que aplauden y las palmas de los franceses de ese bar se van por el mismo camino que tomó el aparecido que pasó volando por el bar, para emprender miles de kilómetros de distancia, por donde nace el sol.
Y, las réplicas de las palmas de los franceses brotan en arenas con Tormentas del Desierto y lamentos, donde suenan a otra música: un tableteo interminable, que agujerea la piel de los tanques, las casas y los hombres.
Mientras el fuego de las bombas le compite en calor al desierto, en una aldea en la que “oasis” es una palabra desterrada del lenguaje tribal, unos niños juegan a encontrar en la arena los cascos de las balas. Los meten adentro de un frasco y les dan dos vueltas de rosca a la tapa. Mientras, sobre la arena, el pentagrama del averno intensifica su música de fuego, los niños sacuden los frascos, traman un sonido, cuatro notas que flotan en el aire y suenan parecidas a las de sus cantos tribales, esos que les enseñaron antes de nacer y que cantarán los hijos que, de ellos, todavía no han nacido. Sobre los niños pasa volando una sombra, pero tantas cosas pasan por el cielo de la aldea, que ni se percatan que es un hombre de gorra blanca, saco y pantalón negro, con un cigarro en la mano y con dos sombras que le nacen en la espalda y se agitan.
El aparecido sigue camino por donde nace el sol, los siguen los cuatro tonos que esos chicos sana al batido del frasco cargado de balas servidas.
El aparecido sigue su viaje, le esperan miles de kilómetros, con muchas paradas donde buscará los cuatro tonos, y los encontrará. Tal vez se detenga al pié del monte más alto del mundo y luego en una isla del Pacífico, antes de regresar a su Cuba, donde es noticia que él acaba de morir y donde nadie sabrá que, montado en su Chan Chan, Compay Segundo habrá dado su última vuelta por el mundo.
18/11/2011
Si querés escucharlo http://www.youtube.com/watch?v=INkLVwtIr_I&feature=related