viernes, 27 de julio de 2012

Pugliese y los héroes de La Yumba, apertura que escribí para Radio América/Nobleza Obliga


Los héroes de La Yumba, por Juan Guinot
Siete de la mañana, calle Luis María Drago y Avenida Corrientes, barrio de Villa Crespo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En esa esquina hay una plazoleta donde ya no están los muñecos de la orquesta de tango.
El sol cuela entre los edificios de Villa Crespo y los feligreses del bar no pueden sacar sus ojos, y sus lágrimas, de las vidrieras. Al otro lado del cristal, está la plazoleta diezmada, la triste representación de la doble muerte del maestro tanguero.
Es que al maestro, un flaco de anteojos y de andar lento, desde su muerte, se lo extraña horrores. Por eso, cuando se instaló en aquella plazoleta la orquesta de muñecos con el maestro en el piano, la ausencia se sintió un poco menos.
Pero esto, de no verlo nuevamente, los tiene mal. Es de lo único que se habla en la carnicería, el bar, la librería, la pescadería, los negocios de ropa y en la sede central del PC.
A pocos días del hecho, alguien se apiada y manda a producir nuevos muñecos e instrumentos. También se refuerza el vallado perimetral de la obra, se aumenta la intensidad de la luz y los del banco ofrecen instalar una cámara que grabe día y noche. Todo se hace sin inauguración y gran parte de los vecinos recobra la calma.
Pero un viejo amigo del maestro sabe que la cosa puede empeorar si no toma cartas en el asunto. Y cuando piensa en eso, no está pergeñando un plan para cazar a los vándalos que rompieron los muñecos. No, el amigo del maestro, casi pisando los noventa, sabe que cortar las manos del verdugo no parará las ejecuciones. Sabe que la lucha que se viene es la misma de siempre: borrar de la memoria popular al gran maestro tanguero.
El amigo del maestro reconoce en la agresión de los muñecos de la plazoleta, la mano del enemigo eterno, ese presenta luchas acá y en el otro mundo al mismo tiempo. La batalla del otro mundo se la deja al maestro tanguero, pero la de acá, esa, es para ellos, para la liga de superhéroes de Villa Crespo.
A las nueve de la noche del martes, el anciano se constituye en la esquina de Camargo y Malabia. Al minuto aparecen los súper héroes: la travesti que se pasea por Corrientes y Gurruchaga vestida de micro-mini y saquito de secretaria, el sesentón del negocio del todo suelto de enfrente de la plazoleta, la china del lavarropas de Drago y Gallardo, el hijo del vendedor de pantuflas y alpargatas de Scalabrini y Corrientes, la florista de Velazco y Julián Álvarez, el canillita de Corrientes y Juan B. Justo, el vendedor de medias de la puerta del banco y el taxista que hace parada Warnes y Bravard.  Están todos los convocados y ahí el amigo del maestro dice “Bienvenidos a La Yumba” y se da comienzo al encuentro de la  Liga de la Justicia de Villa Crespo.
Están en ronda. La reunión comienza bajo el amparo de una noche sin luna, más los focos rotos de tres faroles del alumbrado público y la extrema atención a los televisores de parte de los vecinos, ya metidos en sus departamentos.
La Yumba, liderada por el anciano, el amigo del maestro, pide a cada uno de los miembros que, desde esta noche, exijan al máximo sus poderes para proteger la estatua de la plazoleta con los muñecos del maestro tanguero y su orquesta. En cuestión de minutos, se reparten los turnos para efectuar las guardias. Nadie cuenta cómo lo hará, pero cada uno estará allí, invisible a los ojos del vecino y perfectamente visibles a los ojos del enemigo. “La Yumba”, dice el anciano, “protegerá la memoria, con la fuerza de los acordes del tango de nuestro gran vecino y amigo”. El viejo lleva ambas manos al centro y los superhéroes de Villa Crespo estiran los brazos y hacen una apilada de manos y, con sus bocas, empiezan a interpretar el tango La Yumba en un tono que les sale susurrado.
Las ramas de los árboles de Malabia y Camargo se mueven como si las agitará un viento que no sopla.
Las ratas bajan de los árboles, abortan sus planes de abordar balcones. Cuando los bichos llegan a la vereda, ya están con los pelos en punta, los bigotes duros como agujas y las colas torcidas de los nervios. En tropel, las ratas salen a calle traviesa, en sentido a Chacarita, con su alcahuetería metida en lo hociquitos sucios. Antes de la medianoche, los enemigos se enterarán que La Yumba ha vuelto para defender, con su vida, la memoria de Osvaldo Pugliese.
Osvaldo Pugliese murió el 25 de Julio de 1995 .