Los héroes de La Yumba, por Juan
Guinot
Siete de
la mañana, calle Luis María Drago y Avenida Corrientes, barrio de Villa Crespo,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En esa esquina hay una plazoleta donde ya no
están los muñecos de la orquesta de tango.
El sol
cuela entre los edificios de Villa Crespo y los feligreses del bar no pueden
sacar sus ojos, y sus lágrimas, de las vidrieras. Al otro lado del cristal,
está la plazoleta diezmada, la triste representación de la doble muerte del
maestro tanguero.
Es que al
maestro, un flaco de anteojos y de andar lento, desde su muerte, se lo extraña
horrores. Por eso, cuando se instaló en aquella plazoleta la orquesta de
muñecos con el maestro en el piano, la ausencia se sintió un poco menos.
Pero
esto, de no verlo nuevamente, los tiene mal. Es de lo único que se habla en la
carnicería, el bar, la librería, la pescadería, los negocios de ropa y en la
sede central del PC.
A pocos
días del hecho, alguien se apiada y manda a producir nuevos muñecos e
instrumentos. También se refuerza el vallado perimetral de la obra, se aumenta
la intensidad de la luz y los del banco ofrecen instalar una cámara que grabe
día y noche. Todo se hace sin inauguración y gran parte de los vecinos recobra
la calma.
Pero un
viejo amigo del maestro sabe que la cosa puede empeorar si no toma cartas en el
asunto. Y cuando piensa en eso, no está pergeñando un plan para cazar a los
vándalos que rompieron los muñecos. No, el amigo del maestro, casi pisando los
noventa, sabe que cortar las manos del verdugo no parará las ejecuciones. Sabe
que la lucha que se viene es la misma de siempre: borrar de la memoria popular al
gran maestro tanguero.
El amigo
del maestro reconoce en la agresión de los muñecos de la plazoleta, la mano del
enemigo eterno, ese presenta luchas acá y en el otro mundo al mismo tiempo. La
batalla del otro mundo se la deja al maestro tanguero, pero la de acá, esa, es
para ellos, para la liga de superhéroes de Villa Crespo.
A las
nueve de la noche del martes, el anciano se constituye en la esquina de Camargo
y Malabia. Al minuto aparecen los súper héroes: la travesti que se pasea por
Corrientes y Gurruchaga vestida de micro-mini y saquito de secretaria, el
sesentón del negocio del todo suelto de enfrente de la plazoleta, la china del
lavarropas de Drago y Gallardo, el hijo del vendedor de pantuflas y alpargatas
de Scalabrini y Corrientes, la florista de Velazco y Julián Álvarez, el
canillita de Corrientes y Juan B. Justo, el vendedor de medias de la puerta del
banco y el taxista que hace parada Warnes y Bravard. Están todos los convocados y ahí el amigo del
maestro dice “Bienvenidos a La Yumba” y se da comienzo al encuentro de la Liga de la Justicia de Villa Crespo.
Están en
ronda. La reunión comienza bajo el amparo de una noche sin luna, más los focos
rotos de tres faroles del alumbrado público y la extrema atención a los
televisores de parte de los vecinos, ya metidos en sus departamentos.
La Yumba,
liderada por el anciano, el amigo del maestro, pide a cada uno de los miembros
que, desde esta noche, exijan al máximo sus poderes para proteger la estatua de
la plazoleta con los muñecos del maestro tanguero y su orquesta. En cuestión de
minutos, se reparten los turnos para efectuar las guardias. Nadie cuenta cómo
lo hará, pero cada uno estará allí, invisible a los ojos del vecino y
perfectamente visibles a los ojos del enemigo. “La Yumba”, dice el anciano,
“protegerá la memoria, con la fuerza de los acordes del tango de nuestro gran
vecino y amigo”. El viejo lleva ambas manos al centro y los superhéroes de
Villa Crespo estiran los brazos y hacen una apilada de manos y, con sus bocas,
empiezan a interpretar el tango La Yumba en un tono que les sale susurrado.
Las ramas
de los árboles de Malabia y Camargo se mueven como si las agitará un viento que
no sopla.
Las ratas
bajan de los árboles, abortan sus planes de abordar balcones. Cuando los bichos
llegan a la vereda, ya están con los pelos en punta, los bigotes duros como
agujas y las colas torcidas de los nervios. En tropel, las ratas salen a calle
traviesa, en sentido a Chacarita, con su alcahuetería metida en lo hociquitos
sucios. Antes de la medianoche, los enemigos se enterarán que La Yumba ha
vuelto para defender, con su vida, la memoria de Osvaldo Pugliese.
Osvaldo
Pugliese murió el 25 de Julio de 1995 .