Es invierno de patio con escarchas y tardes cortas.
Caen las cortinas del local y, como todos los días, me adelanto a Papá y gano mi lugar en el living. Enciendo la tecla on del amplificador Sansui y espero que él elija el primer disco. De la pila de larga duración, saca uno que tiene la foto de un señor que toca el bandoneón. Mete la mano adentro del sobre de cartulina, saca el vinilo y me lo da.
Escuchar música, en casa, es religioso. Lo digo por eso de cumplir el acto con religiosidad, cada tardecita, ni bien se cierra el negocio y mamá empieza preparar la cena, y también por lo místico: cuando la música brota del tocadiscos, nuestros cuerpos se desgajan y abren paso al alma.
Papá se levanta para ir a buscar un vaso de vino. Mientras tanto, hago mi parte: hace un año me dijo que ya era hora de que prenda el amplificador y hace una semana me habilitó para colocar los discos porque tengo "el pulso maduro".
En eso estoy. Una vez metido el long play, acciono la perilla de encendido, compruebo que la velocidad de los giros sea de 33RPM. Mando a mi mano a pescar el brazo, saco la traba, lo levanto para despegarlo de la horquilla plástica que lo sostiene y llevo, con lentitud y pulso de cirujano, la cápsula magnética con la púa para encontrar el surco del primer tema, del lado A.
Lo primero que sale por los parlantes es chirrido, después empiezan los acordes, parece tango porque hay un bandoneón, pero no tango de los tipos que lloran minas, esos que papá venía poniendo. Mi viejo llega con el vaso de vino en la mano. Me dice que no me encariñe con el tinto, que me tocará cuando cumpla los catorce. Me río, para ocultar la bronca porque haya leído mis intenciones.
Miro al tocadiscos, las vueltas de la bandeja tienen algo de hipnóticas. El tema avanza y sucede lo que toca, eso de que el encuentro delante del equipo y la música traen la parte mística, que se desgaje el cuerpo y salga el alma. Y mi viejo, sin quitar los ojos de la rotación a 33 revoluciones por minuto me dice que este tema se llama "Adiós Nonino" y que cada vez que lo escucha, siente, que está con su papá, despidiéndose, con la misma tristeza con la que se despidió cuando su viejo murió, y él tenía veinte años.
No le digo una palabra. Tampoco saco los ojos del plato giratorio. En este momento, siento más que veo, que diré lo mismo que él, cuando ya no lo tenga más conmigo y esté, de frente a un equipo de música, con el hijo que la vida me traerá, escuchando "Adiós Nonino".
El autor de ese extraordinario tango es el maestro Astor Piazzola, quien murió un 4 de Julio de 1992).