miércoles, 11 de abril de 2012

El Hombre Elefante - lo escribí para Radio América (Nobleza Obliga)


Joseph nace en Inglaterra en 1862.
Al año y medio de vida, su cuerpo le otorga la patente de monstruo.
El nacimiento de sus hermanos menores hace que se lo mire menos.
La fatalidad trae un vendaval de trágicas enfermedades que, en pocos años, lo deja sin hermanos ni madre.
El pequeño deforme queda solo frente al mundo, que es para él, su monstruo. El papá no lo puede ni en figuritas, se lamenta en voz alta por qué la muerte no se llevó primero a esta bestia que tiene por hijo.
Para tenerlo lejos, lo obliga a ganarse sus monedas. El jovencito sale con un carro a vender por las calles del pueblo. Pero su físico repele, no se le acerquen ni para pedirle la hora.
“Cara fea espanta ventas”, eso le dijeron los colegas, quienes fuerzan al gremio de comerciantes callejeros para que no le renueven la licencia.
En el hogar todo cambia para peor. El padre se casa por segunda vez con una mujer que no quiere ver al vástago deforme por su casa. El padre decide echarlo a la calle.
Joseph se camufla para enfrentar al monstruo: tapa con lienzos su brazo deforme y lleno de colgajos de piel, cubre su rostro con un gran gorro par que nadie vea ese tumor que le cae desde el pómulo como una trompa, le tapa la boca y llega a tocarle el pecho.
Estamos en el cuarto final del Siglo XIX, en el continente donde el capitalismo impera con sus fórmulas económicas y dan chance a todo el mundo para encontrar su pequeño paraíso, de recompensa material, en esta tierra. A Joseph le viene lo que le toca: una feria de atracciones. Junto a la mujer barbuda, el enano negro, el indio de las agujas y el chico que ve de noche tendrá largas veladas de charla en las que les lee libros y les cuenta que su gran pasión es la literatura. Les dice que algún día él escribirá estas historias del mundo que lo aterra.
A la hora de actuar. Joseph se para delante del público. El brazo derecho de piel rugosa, cinco veces más grande que el izquierdo, sostiene su fragilidad desde el respaldo de una silla. Las carnes que le caen de la frente y boca se extienden hasta el pecho y le ensombrecen el rostro. Guarecido en esa penumbra, Joseph mira al mostruo, al que lo observa en miles de ojos espantados, al que se ríe con mil bocas de asco. Joseph mira al monstruo que se lo come, por pedacitos, desde que nació.
El monstruo que paga para verlo lo llama por su nombre artístico: El Hombre Elefante.
El Hombre Elefante murió un día como hoy, a los veintisiete años de edad, en un hospicio donde pudo escribir sus memorias y dejar para la posteridad un espejo en el cual podamos vernos.
Juan Guinot, 11/04/2012