Todo el fin de semana estuve pensando el modo de mandar una contestación al Rector la que lo mandaba a la mierda por presionarme. Hasta deliré con armar una campaña de denuncias porque consideré (y considero) que esa “revisión” era censura previa.
Pero el domingo, mientras escuchaba por radio los partidos de fútbol, me llegó la iluminación. Encendí la computadora, abrí el WORD y empecé a escribir un discurso servil y empalagoso, recargado de matices de infantilismo más propios de un graduado de Escuela Primaria que de un Master en Dirección Ejecutiva. Al principio lo hice para desahogarme y bien que me cagué de risa. Tras releerlo, decidí mandárselo a la secretaria del Rector esa misma noche. En mi mente ya tenía un plan.
El lunes por la tarde, recibí el mail de la secretaria con la bendición de mi discurso y “el agradecimiento por tus generosas palabras” de parte del Rector. El pez había mordido el anzuelo, solo debía soltar dos días de tanza para sacarlo del agua en el momento justo. El miércoles, ante casi un millar de asistentes, con las máximas autoridades educativas, religiosas y políticas sentados detrás de una larga mesa sobre el escenario (y a la derecha del atril donde debía hablar), la crema periodística en primera fila, más los profesores disfrazados con cofias, fajas y capas bordó plagadas de incrustaciones de piedras en una especie de palco, los graduados con nuestras togas y sombreros de Calculín y una multitud de invitados, me llegó el turno de pasar a leer mi discurso. De frente al atril, estiré el papel y empecé a leer el encabezado donde se nombraban a las autoridades presentes, (el formulismo que me habían pasado). Hice un largo silencio, miré a la concurrencia, doblé el papel en tres partes, me lo metí debajo de la toga. Los ojos desencajados del Rector (sentado en la larga mesa de súper notables) fueron el preludio de mi obra de improvisación. Largué un discurso en total libertad y hasta me di el gusto de despacharme contra el periodista Neustadt, sentado en primera fila. En realidad a lo largo del discurso no dije nada malo, ni agresivo, todo lo contrario ¿Qué podría decir en una fiesta de graduación? El fuego en las miradas de la mesa de súper notables, llegó chamuscarme los pelos díscolos de mis indomables crenchas. Por suerte el público aplaudió con gusto y el viento de sus palmas alejó esas llamas infernales que comenzaban rodearme. No sé si muchos se dieron cuenta. Por lo menos sé que a mi viejo, parado bien atrás, le gustó lo que hice. Al finalizar el acto me abrazó re-contra fuerte y nuestros cuerpos arrugaron el título de cartulina.
No sé como caí en esta anécdota. Si, ya me acuerdo, la idea de pergeñar algo con gancho para la editorial, salamearlos un poco, como lo hice con el Rector del IAE. Ahora que lo pienso, ¿y si este vuelo que hice no fue casualidad? Tal vez Puerta del libro me está pidiendo que cuente algo de mi Master, lo del diario clandestino, alguna parte gris de esa vivencia dentro de un campus con ejecutivos y a las órdenes formativas de una organización regida por la ortodoxia religiosa. Pero si es eso, está jodida. Nada se me viene a la mente.
No sé qué quieren que escriba, ni cuál será el libro que ella tiene en mente, pero logró inocularme el veneno, no dejo de pensar en ese libro, mi primer libro. No puedo dejar pasar la oportunidad.
Lo mejor será bajar al bar, es lunes y faltan cinco minutos para las doce del mediodía. Bancarme al mozo, por ahí anda triste con el empate contra All Boys, y esperar sentado en esa mesa roída por las marcas porque llegue a almorzar Puerta del libro. Y ni bien entre, ir con ella, entregarle mi espada, como un buen Samurai lo en vísperas de su sacrificio.