La jovencita está sentada sobre el verde césped. Arranca un pastito, lo huele y mira al horizonte con ojos encendidos. No juega ningún deporte de pelota, pero como un héroe del balón pie que en el futuro la emulará, tiene un sueño: vestir los colores de su país y ganarle a los ingleses.
Lo dice a los cuatro vientos
.
Del lado de uno de los vientos, le llega una voz. Se agazapa. Cree que es una broma. Pero, más allá de la pasividad del rebaño paciendo, en el prado, no se ve un alma. La voz regresa, le dice que se presente ante el Rey para hacer lo que la historia ha guardado para ella: liberar al país de la ocupación inglesa.
Y no pierde tiempo.
Los primeros en escucharla son sus padres, luego unos vecinos. Y estos contarán a los del pueblo cercano lo que la chica dice que sucedió. Pero ella no va esperar a que la acción repetidora de la chusma (con sus distorsiones incluidas) llegue donde están los que mandan.
Con sus pocos años a cuesta, se monta al caballo y se apersona en las puertas del castillo.
Los de seguridad la escuchan. Ella dice que viene para comandar las tropas y liberar al país de la invasión inglesa. Y dice que se lo dijo Dios. Los de la Guardia no entienden un soto. Pero es tan llamativo lo que esta flaquita vestida como pibe cuenta, que llaman al Capitán.
Para Francia, son momentos difíciles. La sangre de la derrota baña los campos de combate y las sombras de la garra inglesa ensombrecen la tierra de este pueblo.
A riesgo de ligarse una patada en el culo, el Jefe de la Guardia habla con su superior y la cadena de mando, finalmente, lleva a oídos de monarca lo que la chica de la puerta acaba de manifestar.
El Rey, perdido por perdido, piensa que jugar una ficha a la piba que dice venir de parte de Dios para sacar a los invasores, no es mala opción. Razona que, cuanto menos, es una buena línea argumental, la de la Fe, para aglutinar a los soldados y al pueblo desesperanzados. Que a esta altura, con todo en contra, hasta meterla con la mano, vale para ganar el partido.
La hace pasar al Castillo, vestir con uniforme, calzar una espada y ponerla al frente de un grupo de milicianos.
El Rey no se ríe de lo que está ordenando, su vida pende de un hilo, pero no deja de disparar una mirada recelosa a la joven, cuando la despide a las puertas del castillo. Y no emite comentario alguno, tan solo, porque nota que hasta sus más leales y concienzudos servidores de armas, han creído en las palabras de la pastora mari macho.
Pasan los días y el raid del equipo de la chica conmueve al pueblo. En acciones de combate de singular destreza y originalidad táctica, corren a las líneas enemigas. Los ingleses reculan, arrugan, le tienen miedo a la que vino a darles para que tengan, y ensartarlos con su espada, en nombre de Dios.
El ánimo cambia en el pueblo y es la ídola indiscutible.
Ella, con la idea fija de sacar carpiendo a los ingleses, no se detiene en las mieles del éxito. Pide ir por más y la apoyan, porque creen que es más seguro tenerla lejos del Palacio.
La piba vestida de varón, mientras multiplica sus seguidores en los milicianos y el pueblo, empieza a generar enemigos en el entorno del Rey.
Como en el futuro se sabrá que la billetera mata galanes, en este momento la ídola de multitudes, está a punto de conocer que la envidia mata héroes.
En un camino de éxitos continuados, apoya la consolidación de un reinado que se fortalece y, más bien, piensa en negociar con el enemigo un futuro de convivencia desconfiada, que devastarlo en combate. Ella se entera de los planes cuando la invitan a bajarse del caballo y enfundar la espada, para dedicarse a menesteres de salón.
No puede, las voces le siguen diciendo que no es momento de aflojar, que si a los ingleses no se les termina de dar una buena zurra, van a desangrar otros pueblos del mundo.
Y ante su planteo, la heroína aprende que, cuando tu ímpetu y habilidades no son funcionales al poder, pasás de genio a loco en un abrir y cerrar de ojos.
Eso, hacen con ella. La entregan al enemigo como parte de la negociación que consolidará los puentes (y túneles) entre dos socios estratégicos: Inglaterra y Francia.
A sabiendas que a aquella que había nacido de un mito religioso solo se la puede desacoplar del amarre con el pueblo instalando un anti-mito, se le monta un juicio de esos que la Iglesia trae a la Tierra por orden del Creador. La heroína es acusada de bruja y procede la Santa Inquisición.
La chiquilina con heridas de combate visibles, ante esta situación injusta, no logra ocultar que se desangra por los tajos de su alma.
Escucha las blasfemias y, en vano, se defiende. El juicio express estaba perdido antes de empezarlo.
Y, atada a un palo, ve como las llamas borran las miradas tristes de un pueblo que cree en ella, ante el avance de las llamas, pone la espalda, con la pasividad de un rebaño paciendo, para que la injusticia los marque con fuego.
Juana de Arco murió un 30 de Mayo.