jueves, 3 de mayo de 2012
Senador A. McArthy - Apertura que escribí para radio América AM1190 - "Nobleza obliga"
El cazador del infierno
El tipo recorre la redondez de su panzota con la palma de la mano derecha. Por momentos se detiene, arruga un pellejito con la pinza de sus dedos, lo mira feo y con los dientes apretados le dice a esa cirrosis espantosa que va a abrirse la piel para sacarla de su hígado.
El tipo se muere, irremediablemente. Tendido en esa cama del hospital es lo más parecido a un gusano, sin seda para capullo y, mucho menos, futuro de mariposa.
A la cama solo se le acercan dos enfermeros y el médico.
Los enfermeros, esos dos jóvenes que se le arriman para inyectarle un sedante y, una vez dormido, asearlo, son demasiado pichoncitos para entender quién es esa persona allí tendida. En cambio, el médico, el que pondrá la firma en el certificado de defunción, sabe quién es el político alcohólico de la habitación cinco. Y cada vez que acude a la ronda para medir los signos vitales, piensa si no se pasa de bueno, si no debería darle algo de lo que le corresponde después de haberlo hecho sufrir tanto. Cada vez que llega a la habitación cinco y el político más temido de la década cincuenta lo saluda desde el lecho, le cuesta entender como ese ser débil, les quitó horas de sueño, años de futuro y compañeros del Partido.
El tipo, hinchado, casi sin aliento, ve al doctor, de pie, en la punta de la cama y le ordena que se mueva, que haga su trabajo de curarlo. Y el doctor siente que las palabras del paciente, aunque maltrecho, salen de su boca como fuegos del averno.
El doctor saca de la punta de la cama la carpeta con la historia clínica el paciente. La lee sin apuro. Repasa que las dosis de sedante ya son exageradas, que el último examen no revisa esperanza alguna.
El político moribundo le sigue hablando, son palabras borrosas que le dan órdenes, lo insultan.
El médico, con la carpeta en la mano derecha se acerca a la cabecera de la cama y le pregunta al tipo si tiene algo de qué arrepentirse. El paciente no responde. El médico retoma la iniciativa y le vuelve a preguntar si tiene algo de qué arrepentirse, que por lo menos lo haga con él, el médico que lo despide de la vida y lo padeció mientras militaba para el Partido Comunista.
El tipo escupe espumas, la saliva biliosa vuela cargada de odio.
El doctor deja de mirarlo. Saca su lapicera del bolsillo del delantal, pone delante de la carpeta un papel, lo firma. Gira la carpeta y se lo muestra al paciente. Los ojos salidos de las cuencas y a punto de apagarse llegan al leer, por última vez en la vida, que el encabezado de esa hoja dice “certificado de defunción”.
El médico sale de la habitación cinco. No hace falta que se de vuelta para reconocer que un paciente ha muerto. En pocos pasos, llegará a un teléfono y dirá que el Senador Arthur McArthy acaba de morir. Lo que no dirá es que él fue testigo como volvió al infierno.
El ideólogo del macartismo murió un dos de mayo de 1957.