Mark se hace cristiano el mismo año en que el mundo entero celebra el lanzamiento de un nuevo disco de su ídolo. Dentro de la habitación Mark se encuentra con los hombrecitos, les cuenta la decisión y ellos lo felicitan.
Dentro de la congregación es un solícito colaborador. Hasta tiene una novia miembro del culto con quien planea casarse y tener hijos.
Un colega de la iglesia le regala un libro de Salinger, se trata de la novela “El guardián entre el centeno”. Se traga el libro y, en las reuniones secretas dentro del cuanto, le cuenta a los hombrecitos cada avance de la trama. Ellos lo convencen de que él debe actuar como el personaje principal de la novela, devolver la justicia y destrozar la hipocresía.
Un día, todo se va al demonio: por ser infiel, pierde a su prometida, le va mal en los estudios de la universidad y lo echan del trabajo. La frustración se lo come vivo y decide suicidarse. Pero el prolongador de tubo de escape que debía llevar el gas a la cabina del auto, con él dentro, se rompe. Ni esa le sale.
Cae en un pozo hondísimo de depresión. Lo meten adentro de un hospital psiquiátrico. Ahí la cosa toma otro cariz. Descubre que hacía varias semanas que no hablaba con los hombrecitos y ahora, se le aparecen, pero son diferentes: crecieron, tienen el pelo bien cortito, hablan con tono agresivo y visten de traje negro.
Se alegra, les dice que le encanta verlos hombrecitos grandes. Ni uno de ellos sonríe. Una melodía suena de fondo. Delante de sus narices pasa un péndulo. El se ríe, pero con risa atontada, esa que le salía en la parte más linda de sus viajes con la droga. La voz nasal y grave de uno de los hombrecitos grandes le dicen que tiene que hacerse cargo del mundo, que Satanás es la verdadera cara de su ídolo de rock. Le ponen una canción del rockero y el tema sale como si la púa saltara a cada rato: “Imagina que no hay paraíso. Imagina que no hay países, ni tampoco religiones. Imagina que no hay posesiones.” Con la canción editada en un sinfín de esos cuatro versos lo atormentan toda la noche. A las seis horas, uno de los hombrecitos grandes le dice que ese músico mete el mensaje de Satán en la cabeza de los estadounidenses para activar el Armagedón: destrozar el país, la religión y quedarse con todas las propiedades de los americanos. Las pupilas de los ojos de Mark se hacen del tamaño de un piojo, la retina se brota de líneas de sangre, aprieta los puños, presiona los molares. Al final del encuentro, los hombrecitos grandes le dan el libro de Salinger y le dicen que una noche lo abrirá: será el momento de matar al demonio y salvar al mundo. Estas apariciones se repiten por varios días.
Mark no sabe si fue una o mil noches. Pero un día se despierta y no está en la cama. Sigue en el Hospital Psiquiátrico, pero como empleado. Se pasa las tardes tocando la guitarra y dando consejos espirituales a los locos.
Está durmiendo en casa de su madre y, en un sueño, se le aparecen los hombrecitos grandes, le dicen que debe viajar por el mundo para esparcir sus ideas tan brillantes. En el desayuno le está por contar a su mamá del sueño, cuando suena el teléfono. Es una agente de turismo que por azar lo llama para ofrecerle un paquete turístico a Oriente. No puede creer como el Señor organiza las cosas. Se encuentran esa misma mañana. La chica lo impacta: es de rasgos japoneses como la mujer de su ídolo. Se casan a los meses. Para soportar los gastos del matrimonio, se pone a trabajar en seguridad.
Los hombrecitos grandes se toman un tiempo en reaparecer y lo hacen una noche. Él está de guardia. Ellos le hablan de acabar con el hipócrita de su ídolo de rock.
Mark se va a Nueva York, paga una habitación en el Sheraton. Por la tarde se instala en la vereda del edificio The Dakota. Al salir a la calle, su ídolo accede a firmarle el disco “Double Fantasy”. Él ríe, está emocionado, no puede sacar la mirada de la firma.
Mark se queda merodeando por la cuadra y cae la noche. Quiere reencontrarse con su ídolo de rock. Se sienta en el escalón de una casa. Debe hacer tiempo. La luz del porche no es lo mejor, pero le inspira para leer algún pasaje de su novela preferida. Abre el libro de “El guardián entre el centeno”, no lo cierra, ni lo lee, lo repite de memoria. Saca un revólver 38 del saco, se pone de pie y llega a la esquina. De una limusina baja su ídolo de rock. Mark acelera el paso, están a cinco metros de distancia. El ídolo le entrega la espalda. Mark dice “John” y le descerraja cinco tiros. Uno yerra el blanco y cuatro dan en la espalda, allí donde brotan las alas de John Lennon.
John Lennon fue asesinado por Mark David Chapman el 8 de diciembre de 1980.
Juan Guinot, 8/12/11