A la época de componer esta
reseña tengo 47 años. Eso significa que nací en 1965 y que, consecuentemente,
en 1982, tenía 17 años y estaba en quinto del colegio secundario.
Este
alarde matemático
pretende darle contexto a una historia que, para todos los de mi
generación, tiene mucho de autobiográfica. ¿Por qué? Simple: el 2 de
abril de 1982 nos
despertábamos con la noticia de que habíamos “recuperado” las Malvinas.
La profesora de música nos venía a buscar para aprender una
ignota Marcha de las Malvinas mientras los soldados conscriptos que marchaban al frente no me llevaban ni dos años. Y todos
cantábamos con repentino patriotismo y creíamos que los corríamos a
alpargatazo limpio. De puro guapos. De puro argentinos.
Ínterin los brotes de euforia se disputaban cartel con el estupor, la única guerra que ganábamos era la sucedía en las
tapas de la Revista Gente y en la pantalla de “60 minutos”, el noticiero del canal televisivo ATC,
porque más allá del heroísmo salvaje de los soldados argentinos (trasplantados del
calor tropical al hielo homicida); la guapeza de los cazas criollos que
hundieron unos cuantos barcos y todo un pueblo donando
sus joyas y tejiendo bufandas (…), poco más hay para rescatar, porque si ninguna guerra es humana,
esta, directamente, fue un desastre. Lo único bueno, si se quiere, es que la
derrota precipitó la caída de los militares que nos gobernaban, durante el
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
A mí no me resulta fácil
hablar de las Malvinas. Se me hace un nudo en la boca del estómago. No quiero
imaginarme qué me pasaría si por ventura se me ocurriera escribir una novela
sobre esa guerra insensata. A pesar de mi cobardía, deseo arriesgar
algunos comentarios sobre la novela “2022 –
LA GUERRA DEL GALLO”, de mi amigo Juan Guinot.
El ocasional lector dirá: “otra vez glosando la obra de los amigos”.
Sí.
Y en buena hora. Porque este es un más que dilecto amigo. Lo conozco
personalmente, conozco a su familia, mi hija juega con el suyo,
compartimos emprendimientos editoriales, compartimos la mesa,
compartimos una infinidad de sueños.
Y en este punto me quiero detener. Hace unos cuantos años, nuestro
editor de la
revista miNatura me sugirió que lo contacte: dos argentinos, en Buenos
Aires, ¿cómo no se conocen?. Lo llamé. Ahí nomás, me invitó a su casa, a
tomar unos
mates. Inmediatamente nos hicimos amigos. Ese módico detalle, me permite
citar
una de las cualidades de Juan: es una de las personas más generosas que
conozco. Y más auténtica.
Bueno, usted dirá: “qué suerte que tiene Burkett… sus amigos son
unos fenómenos, pero aunque esto fuera cierto… que sean buenas personas no los
convierte automáticamente en buenos escritores”. No, tiene razón.
Sin embargo, señor lector inquisitivo
déjeme que le diga que Juan Guinot escribe muy bien. Escribe generosa y auténticamente
bien, tal como es él. Se expone como un trapecista de circo que desdeña la red,
no por corajudo sino porque así siente que debe hacerlo. Ese es Juan. Un
artista de la palabra, con un ojo de director de cine, capaz de captar los
entresijos de la vida de una forma exquisita. Alguna vez le dije que en sus
textos “la vida es literatura en
movimiento”. También le dije, muchas veces, que leyendo sus composiciones,
aprendí a escribir. Y no exagero, su estilo puro, directo, sin alambicamientos,
retrato cotidiano de nuestras miserias y felicidades, ha sido un modelo a
seguir para este autor extraviado, un barroco en rehabilitación.
Antes que decir algo sobre la novela, sepa señor escéptico con las glosas sobre los amigos, que “2022-LA GUERRA DEL GALLO” resultó
finalista en el Premio Celsius de la SEMANA NEGRA DE GIJON 2012.
¡Ah, caramba…! ¿Se metió en el link para corroborarlo? ¿Vio,
vio? Le picó el bichito y ahora quiere saber. Le voy a contar, pero
sepa también que con el libro se adaptó una obra de teatro unipersonal
que ha puesto el cartelito de "NO HAY MAS LOCALIDADES" en casi todas sus
representaciones.
Y ahora, vamos al libro. La novela es un
viaje iniciático, un alarde
autobiográfico de toda una generación, cuya acción principal sucede en el
futuro, edad que hospeda los mejores sueños pero también, las más tórridas
pesadillas.
"El"
Masi, es un chico argentino que para la fecha del desembarco en
Malvinas tiene 12 años y que toda la vida esperó recibir aquella
noticia. Lleno de ansiedad y planes de gloria, se ofrece como
voluntario, se pertrecha para la guerra. Sus familiares,
condescendientes, lo
apañan en el delirio, menos la abuela Eulápida, una vieja mala digna de
la peor película de miedo, que para amortiguar tanta maldad le regala
el
pollito que luego será el vindicativo gallo Exocet.
Los
eventos familiares se suceden con un vértigo creciente a medida que
vamos advirtiendo que el Masi no está bien. El padre, intranquilo pero
desorientado, le compra un globo terráqueo como ofrenda a la esquiva
cordura…Lamentablemente, las cosas empeoran. Sobreviene la muerte
del padre, atajo lacaniano que gatilla la locura de el Masi.
Ah,
sí, porque lo
que estaba latente se desborda frente al cadáver del autor de sus días y
el ex-no-combatiente es internado en un hospicio. Treinta años de
electroshocks no
logran sacarlo de su sueño de Alonso Quijano. Y para peor, llega un
Sancho
Panza, efímero y mudo. El compañero de encierro no habla salvo un par de
veces y para informarle su
condición de buzo táctico y que, si no fuera por los jodidos guardias
civiles,
hubieran podido recuperar el Peñón de Gibraltar… Y
las columnas de Hércules de
otrora, se convierten en el Yelmo de Mambrino de ahora. Y si hasta aquí
todo era vértigo, en lo sucesivo nos iremos abismando en cataratas de
feliz delirio.
Y
quizás en ello resida uno
de los grandes aciertos de la novela. Su autor ha sabido conjugar el
delicado
equilibrio entre el mundo ideal y el mundo real, donde las distorsiones
de la realidad
se originan en una ilusoria megalomanía de un personaje que sin embargo,
sentimos tan real,
tan propio, tan auténtico, como lo son nuestras más inconfesables
pesadillas. De alguna manera, aún cuando cerramos las tapas del libro,
sabemos que este
Quijote chiquito sigue haciendo de las suyas.
Y así como Alonso Quijano es un sueño del Quijote, y el Quijote, un sueño de Miguel de
Cervantes; el Masi es un sueño de su autor, que es un sueño de toda una generación que aún no
puede responder al interrogante de sangre que florece en las piedras brumosas del Atlántico Sur.
Este Quijote vernáculo que nunca dejó de ser un niño y al que la Guerra de las Malvinas terminó de sorberle el seso, está loco. ¿O los locos somos nosotros? En
palabras del propio Cervantes: “Cuál
es más loco, el que lo es por no poder menos, o el que lo es por voluntad”.
Sí, sí, señor lector
impaciente, el Masi va a recuperar las islas Malvinas pero también el Peñón de
Gibraltar, propinándole a la Pérfida Albión una derrota como jamás sufriera
antes.
Pablo Martínez Burkett es el autor del libro de relatos fantásticos "Forjador de Penumbras". Colabora en diarios, radio y revistas literarias. Podés conocer de él en http://eleclipsedegyllenedraken.blogspot.com.ar