Poeta, amante, comerciante, narrador, periodista, empleado,
astrólogo. Son demasiados en una persona como para que puedan verlo como uno
solo.
Y la mirada de los demás le preocupa; entiende, que la
sociedad suele soltar el cepo del encasillamiento, meterte adentro de la cárcel
de un rótulo, el que te toca, para condenarte al presidio rutinario.
Para operar, frente los carceleros de sociedad, arma un escudo protector de heterónimos.
Para operar, frente los carceleros de sociedad, arma un escudo protector de heterónimos.
Eso guarece su alma.
Entonces se reinventa en varios personaje y sale a jugar los
roles de cada uno en el teatro de la vida.
Nacerá, entonces, el maestro, poeta, de mirada campesina con
profundidad universal. Lo seguirá el ingeniero, un viajero de Europa y el
Oriente, pensador futurista que, con sus reflexiones, es un preciso
diseccionador de la tecnocracia. También habrá un médico que escribe odas.
Tanto el médico como el ingeniero son discípulos del maestro, el que los
observa debajo un árbol, protegido por la sombra del conocimiento y la ignorancia.
Sombra que ilumina donde el mundo enceguece de pensamiento único.
Cada personaje tiene día de nacimiento, una vida, profesión,
posiciones ideológicas, relaciones, intereses sexuales, psicología. Ninguno es
igual al otro. Polemizan entre ellos. Eso sí, para darse a conocer en el mundo,
hablan a través de sus letras sobre el papel. Y, como si compitiesen por el
mejor estilo, cada heterónimo refuerza la apuesta literaria en sus
producciones.
Y está él, creador de los personajes que lo enmascaran,
firmando poesía, presentándose públicamente, alguna vez, con el nombre de sus heterónimos. Siempre desconcertando,
con talento, para abrir donde el mundo se empecina en cerrarse.
El uno que inventó los muchos se define como gran fingidor.
Y no será de extrañar que el escritor sea conocido como editor
(rechazado por el status quo), comerciante, ensayista, publicitario,
periodista.
La vida es su escenario, él escribe el libreto para sus
personajes y el público, no siempre logra entender como este hombre produce actuación.
Muere un heterónimo, también él y, con el correr de los
años, su obra se asienta en las costas del mar turbulento.
Con el tiempo se lo empieza a leer, a apreciar y admirar.
En Lisboa, su ciudad natal, implantan una estatua con su
figura. Lo hacen en la puerta del bar al que el escritor acudía, con y sin sus
heterónimos. Tal vez, quien planificó decantar metal fundido sobre un molde con
la figura del escritor para construir esa estatua, pensó que, de una buena vez,
le habían caído con el cepo.
Pero, mientras los celadores del encasillamiento se pavonean
con sus operaciones, Fernando Pessoa, se expande sin control por el mundo de
las almas, para agigantar sus palabras.
Fernando Pessoa nace el 13 de Junio de 1888 en la ciudad de
Lisboa.