Héctor, el desrratizador acaba de tocar el timbre. Mientras bajo para abrirle la puerta, pienso como voy a hacer para aclarar lo del libro de Coelho en el balcón. Si él leyó mi blog, ya sabe que me robé la bolsa del exMozo devenido en Pastor. Si vino con la excusa de las ratas para descubrirme, debo anticiparme y aclararle como se dio todo. El tipo va a entender y hasta me puede ayudar con
Planta baja. Abro la puerta del ascensor y en el palier del edificio está Héctor, el desrratizador, muy de charla con el portero. “Cuidado que llegó el bosterito infestado”, grita el portero y los dos me escupen sus risotadas. Sin salir del ascensor le digo a Héctor que venga y el tipo le da una palmada al portero y viene a mi encuentro.
Lo saludo con poco entusiasmo, cierro la puerta y presiono el botón de mi piso.
“Hermano Juan, es una cagada lo que te pasa, nada peor en un consorcio que hacerte fama de nido de ratas, es como en la escuela cuando eras el que tenía piojos o sarna, nadie se te acercaba, pero no te preocupes, yo te voy a sacar esta estrella que te crucifica y nadie se enterará de tu drama”. Le digo que si se enteran que tengo ratas en casa es porque él le contó al portero y me corta, “Hermano, si te hace bien enojarte conmigo, dale, metele nomás, pero el que boconea en su blog sos vos. No me vas a decir que en todo el edificio no hay un solo vecino que te lea y después reparta el chisme”.
Le digo que a mí no me leen ni las ratas y que tiene razón, que no me puedo calentar con él, le pido disculpas y él me palmea. El ascensor se detiene; llegamos a mi piso.
Abro la puerta de casa, me hago a un costado para hacerlo pasar y el tipo encara para el balcón como si conociera el camino. Voy tras sus pasos, me acuerdo que tengo que blanquearle lo del libro que me robé, pero él se me adelanta: “Era cierto, a las ratitas les gusta cagar alrededor del librito. Si
Ya no entiendo un carajo, la moza del bar es una cuchillera asesina y este un potencial delator que me tiene agarrado de los huevos. Es increíble, desde que transé con Puerta del libro para escribir el libro de autoayuda, todo se me viene en contra. Me pregunto qué mierda hice bien en todo este tiempo. Además si, al fin de cuentas, publicar un libro es meterme adentro de este infierno, mejor me dedicaba a hacer marketing de golosinas.
Héctor me saca de mis cavilaciones con un gesto de su mano que interpreto como “quedate ahí, no te muevas”.
El desrratizador abre una de las dos bolsas que trajo, saca un guardapolvos blanco lleno de manchones y mientras se lo abotona le digo que quiero explicarle como fue lo del libro y me clava los ojos antes de soltar: “Ya te dije como viene la mano,
Me encapsulo en silencio y me limito a observar.
El desrratizador abre una de las placas de la puerta ventana del balcón y se mete con una bolsa de más de un kilo cargada de gránulos de veneno color bermellón y dos comederos plásticos negros con la impresión de una calavera en sobre relieve.
Desde el balcón llega el grito: “¡Ratas de mierda salgan de esta casa!”. Si hacía falta que alguien más se enterara, ahí fue el grito de Héctor.
Al minuto, vuelve a entrar con las palmas enrojecidas por la manipulación a mano limpia de la ponzoña rateril. Se pasa varias veces las palmas sobre el guardapolvos a la altura de sus costillas flotantes y dibuja una especie de sonrisa punzó, desprolija y maléfica, como si desde el más allá acabase estampar un beso sobre el guardapolvos de Héctor el pobrecito Heath Ledger en su versión del Guasón.
“Juan, esto te lo digo como escritor, acordate que soy poeta. Vos tenés que escribir una novela donde todo transcurra acá, en tu escritorio, delante de la computadora, entre los libros, que sea una historia como la de Metamorfosis de Kafka, pero en la tuya te convertís en rata. Creéme que veo esa novela entre las más vendidas. Tenete fe, vos podés vivir de la literatura, escribir novelas da guita. En cambio lo mío, la poesía, no garpa. Decí que a mi me salvan las ratas, luchar con ella me inspira. No sabés como me vienen a la cabeza los versos mientras trabajo. Escuchá el verso que me salió recién: Mi mano, caricia de muerte, toca a las puertas de tu suerte.”
Qué lindo, le digo con voz ahogada.
“Si, hermano, mientras desrratizo entro en nirvana, soy el Whitman porteño del Siglo XXI”.
Ajusto la garganta y le digo que debería publicar sus poesías y me contesta: “Si, es lo que le digo a mi esposa, pero ella no entiende, dice que si me dedico a la poesía la haré cagar de hambre. Escuchá lo que le escribí esta mañana: Tu lengua filosa morirá con la espada de mi noble inspiro”.
Le digo que mejor saque una rima al usar una palabra que termine en ción para meter inspiración en lugar de inspiro y que podía quedar “Tu lengua, filosa traición, morirá con la espada de mi noble inspiración” y se lo suelto como para decir algo y el tipo se lleva las manos a la cara, las baja y sus cachetes pintan colorete rubicundo, y me larga “¿También sos poeta? Vos me querés explicar a mí qué es la rima, ¿también me vas a dar clase de aliteración? Escuchate esta rima: para ser intelectual hay que estar al pedo todo el día mirando a las ratas cagar.”
Le digo que no se enoje, que me gusta su poesía y que voy a promover sus poemas entre mis colegas escritores, que conozco un editor de poesía.
Héctor resopla varias veces, mientras saca dos tramperas de una de las bolsas. Les monta un pedazo de queso y sale para el balcón y me deja hablando solo y pienso: estoy duro como una estatua y cagado hasta las patas. Me invento el verso para reírme y no pensar en la que se me viene.
Héctor regresa desde el balcón mucho más aplacado, como si se hubiese tomado un calmante o fumado un faso, hasta se sonríe mientras junta sus cosas y se quita el guardapolvos. Con sus manos enrojecidas, cierra mi ventada y deja sobre el vidrio el sello indeleble de sus huellas dactilares.
“Dale, no le falles a
A riesgo de que me clave un cuchillo por la espalda, encaro para la puerta. Prefiero salir rápido. En el pasillo me doy cuenta que me sigue porque cierra la puerta de casa. Bajamos en silencio y en el palier nos reencontramos con el portero que me grita: “Bostero ratón limpiá el chiquero” y Héctor se ríe, también el viejito del andador que hace su caminata diaria, a esta hora, por el palier y me parece que todo el consorcio está viéndome por las camaritas de seguridad y cagándose de risa de mi desgracia.
Enfilo para la puerta de calle y al abrirla, aparece el policía de la cuadra, el que consume en el bar y compra en la ferretería a mi cuenta. Héctor se pega al oficial con un fuerte abrazo, se separa del policía, levanta la vista al horizonte y se va sin saludarme.
“Veo que no conforme de cagarse en los jubilados del barrio ahora maltrata a la masa trabajadora. Este hombre no estaba bien. Lo conozco lo suficiente como para darme cuenta de que acá pasó algo y quiero que suelte todo sin obligarme a usar la fuerza”. La tenaza de la mano del policía sobre mi antebrazo derecho dispara el hormigueo en la yema de mis dedos.
Le digo que no pasó nada malo, que Héctor hizo su trabajo, que yo le pagué. “Juan, no me explique de donde saca la plata. Gracias a sus problemitas de dinero me tiene ocupado a los pibes del Parque y no me quieren trabajar. Le aconsejo que me los devuelva. No quiero pensar que quiere meterse en mi negocio.”
Le digo que no piense eso, que los pibes del Parque hacen su acción conmigo para sacarme de la estrella del medio y en vano trato de girar mi antebrazo para mostrarle el dibujo de la mano. El tipo aprieta más fuerte y mis cinco dedos, ya anestesiados, tornan a morado.
“Hermano Juan, no se confunda conmigo, soy el brazo ejecutor del Obispo, la mano dura de
El policía suelta mi ante-brazo y se va para el bar. En su lugar, delante de mi cara, queda su figura retratada por vahos de whisky.
Cuando doy medio giro para reingresar al palier del departamento, me lo encuentro al viejito del andador en su recorrida perimetral de
Enfilo para el ascensor. Mejor no pienso qué mierda llegó a escuchar este viejo choto.
Por suerte el portero no está, ese sí que es peligroso.
El ascensor no viene. Está parado en el número de mi piso. El chismoso del portero debe haber subido para ver si hay ratas y dejó la puerta mal cerrada para avanzar en su espionaje mientras subo por las escaleras.
Piso el primer escalón y, tomado por la esperanza inherente de todo ascenso, comienzo a creer que en la trepada algo se me va a ocurrir para zafar de esta nueva encerrona.
14/07/2011