Llevo nueve días sin palabras y con las
glándulas lagrimales compitiéndole a la próstata por quien gana en sacar más
líquido de mi cuerpo.
Llegó el momento de sentarme y decirlo: Murió
Modesto.
Lo hago porque amanecí con el recuerdo de sus ojos fuera de órbita, esos del gesto que decía ´vamos tío, dilo de un vez´.
Lo
de aquel gesto, sucedió en su casamiento, en una iglesia de La Guardia, en Galicia. Me
tocaba estar al fondo y arriba, en el lugar del templo donde suele ir el coro y
quien toca el órgano. Para su boda, Modes me había asignado el doble rol de musicalizar
la ceremonia apretando el play de un reproductor de CD (siguiendo un guion que
había escrito con minucioso detalle), y el de soltar unas palabras en el
momento en que el cura invitase a la concurrencia a decir algo a los novios. Cuando
llegó ese momento, nadie aceptó el convite del sacerdote de soltar palabra
alguna y decidí prolongar la irrupción en escena para darle más suspenso a mi
intervención. Ahí nació ese gesto de ojos desorbitados que venían a decirme que
hable de una buena vez. Mis palabras, caídas desde el cenit del templo, provocaron
que Antón de Ourense dijese a viva voz que dios era argentino.
Todas las situaciones con Modes derivaban en un
desparpajo fellinesco.
Modes fue la persona que más me hizo reír en mi
vida. Por la deriva de sus actos fue que le propuse hacer una película. Su
cabeza era una usina creativa y en menos de un minuto me había tirado los personajes
para nuestro guión. Lo paré en seco, le dije que no había que inventar nada
porque la película lo tendría a él de protagonista. Dudó si le estaba gastando
una chanza, pero no me dijo que no lo haría.
En esa película, estaría la irrupción
televisiva de Modes en el programa “Qué apostamos”. En ese ciclo televisivo de
TVE donde la gente apostaba por la habilidad desopilante de quienes
concursaban. O sea, apostaban si lograban o no aquello que decían que podían
hacer. La habilidad que llevó a Modes al programa más visto, en esa franja
horaria, en toda España fue la de reconocer la marca de las pastas de dientes
con el olfato y el gusto. Para evitar toda suspicacia, le cubrieron los ojos. Lo
acompañó su hermana Ana. Modes y Ana, vestidos con pijama, tuvieron por cinco
minutos a toda España pendiente de si acertaba la marca de la pasta que el
conductor vertía en el cepillo. Pendiente, también estaba la famosa actriz Úrsula
Andress, invitada de esa noche, quien apostó todo a favor de Modesto. Las
imágenes se partían entre primeros planos de los paladeos de Modes y la cara
de la buena de Ursula quien, al ver que se iría con las manos vacías, compuso
un gesto de desconcierto que quedará en los anales de las competencias
televisivas. Aquella noche, Modes no acertó ni una de las pastas. Contaría,
fuera de aire, que había estado practicando la noche anterior al programa y,
por culpa de eso, el mentolado de las pastas le había quemado las papilas
gustativas.
En la película de Modesto habría un viaje que
hicimos a Gijón. Ni bien entramos a Asturias, se le ocurrió caerle de sorpresa
a un pariente que tenía un hotel en la campiña asturiana, con la clara
intención de hacernos de una invitación gratuita de una noche. Al llegar al
hotel, la primera sorpresa fue ver la enorme cantidad de autos estacionados, lo
que ya daba pocas chances de lograr una habitación de cortesía al familiar
caído de sopetón. La segunda, y más impactante, fue la sorpresa de encontramos
que esa gente que colmaba las instalaciones, eran asistente a un velorio que el
hotel había montado para otra miembro de la familia, que nos había ganado de
mano.
La road movie tendrá escenas de traslados por
el espacio-tiempo como el que sucedió un domingo en el que pasamos, en un abrir y
cerrar de garrafón, de la Fiesta del Monte
Santa Tecla en La Guardia a un concierto de Cristina Pato en la plaza de La
Coruña, a 208 km de distancia.
Cuando toque las escenas fuera de España, no
faltará una en Lisboa. La imagen debería mostrar un tubo de escape rodando
calle abajo, por un cuesta empedrada. La pieza perdida, sería reclamada por el grito
ronco del auto de Susana, quien aceptó prestarlo para nuestra aventura Madrid-Lisboa-Porto-Vigo-Gijón-Madrid,
con la única condición de devolver el auto tal y como salió. No solo hubo que
desandar las cuadras para recuperar el caño díscolo, sino que hubo que encontrar,
en pleno domingo, un amable tallerista luso que lo volviese a soldar. Por
suerte, la amabilidad vive en Lisboa.
Podía ser el protagonista de la peli, nunca
dudé de la capacidad de Modesto para sostener la escena. Como en aquel vuelo de
Madrid a Buenos Aires cuando, al pedido por alto parlantes de la oficial de a
bordo, no aparecía el médico que, por estadística, siempre debería haber en un avión.
Modesto ocupó la vacante en medio del drama. Al llegar a la pasajera
descompuesta, arriesgó el diagnóstico (un bajón de presión) y empezó a dar
órdenes para la correcta asistencia (que había visto hacer a un galeno en otro
vuelo). Pidió azúcar, ordenó tumbar a la mujer en el piso y le levantó las
piernas. Viéndolo tan decidido, la azafata le preguntó si era médico. Respondió
un no que, ante la mirada inquisidora de la tripulación (y a diez mil metros de
altura) corrigió con un ´no, todavía porque estoy en cuarto año´. La mujer,
vale decir, se recuperó del malestar.
El personaje, Modesto, tiene una calle. Él mismo colgó el cartel con su
nombre, “a una calle huérfana”. Lo hizo en
su despedida de Madrid para irse a Vigo. Lucas, mi hermano, compuso una canción y,
ya que estamos, sería deseable que el Ayuntamiento de Madrid desista de ponerle
Tony Leblanc a una calle que porta el nombre Modesto Martínez, que fue quien la
arropó cuando en las veredas, asfalto y paredes de esa calle, calaba la
burocrática frialdad del abandono.
Me detengo acá, no se trata esto de hacer
spoilers de la película de Modes. Estas líneas solo buscaron desgarrar, en cada
golpe de teclas, el velo de la tristeza que se tragó los colores.
Y todo empezó esta mañana, ni bien me levanté y
vi a Modes con sus ojos salidos de órbita en ese gesto que decía ´vamos tío,
dilo de una vez´.