Mil
dias de sol
Por
Juan Guinot (autor de La Guerra del Gallo – Talentura- y Descenso brusco
–Cazador de ratas)
Por
cada uno que se va de la vida corporativa florecen mil días de
sol, escribo en el muro de Antonio, debajo del posteo en el que cuenta que
acaban de retirarlo (anticipadamente) de una ultra mega editorial (adquirida por
otra editorial de mayor envergadura).
Estoy convencido de lo que digo. La
salida de la vida corporativa de mi amigo (como lo fue, 15 años antes, la mía)
trae más luz a este mundo oscurecido por el capitalismo.
Mi convencimiento de que “la empresa”
expresa lo anti humano no me hace perder de vista que, como tal, es un producto
de la especie humana. No podemos huir de lo que nos toca. Tipos y tipas de
carne y hueso (para aumentar mi espanto) sostienen esta forma de relación y
producción social que se ha transformado en picadora de carne o (si me permitís
otra imagen) en claras manifestaciones del lado Oscuro de la Fuerza.
Como dije, una Corporación no es
producto de la instalación galáctica (como, dicen algunos, ocurrió con las
pirámides), sino de la acción del hombre (como, creo yo, ocurrió con las
pirámides).
Ya que menciono a las pirámides, se me
cruzan dos analogías. La primera tiene que ver con esto de proyectar en las
corporaciones un halo místico; se las hace tributarias de la suma del poder de
los dioses en la Tierra. La mirada colectiva conecta con esa fantasía. A los
Ejecutivos se los “endiosa” como a aquellos sacerdotes egipcios que trepanaban
cerebros a diestra y siniestra. Corresponde decir que, en la forma actual del
templo (además de la arquitectónica de pasar de pirámide a cubo), se encontró
en la publicidad la forma moderna de trepanar cerebros sin tajos ni sangre.
La segunda está en los ejecutivos: los
nuevos sacerdotes. Se forman en escuelas de negocios (donde fui alumno y
profesor) y se gradúan en actos que observan procedimientos rituales y
vestimenta religiosa. Es en esas casas de estudio donde se le dice al estudiante
que ha sido elegido (por la divinidad) para liderar el mundo y se le enseña (durante
los dos años del MBA) que para ello hay una serie de recetas a las que se les
debe buscar el problema a resolver.
La formación académica no subvierte al
modelo empresarial vigente. Lejos de cuestionarlo, los claustros apelan a los
estímulos opiáceos en los programas educativos para escupir al mercado laboral
los líderes mcdonnaleanos (deriva del modelo fordista) que sumarán peso al
modelo empresarial que cae en picada mortal y con efectos devastadores.
Te podrás dar cuenta, en este punto de
las notas que escribo (a pedido de Inés) cual es mi mirada sobre la vida
corporativa. Te agrego algo más: nunca vi a un tipo/tipa feliz yendo al
trabajo. Tomate el tiempo para ver las caras en el metro a primera hora de la
mañana. Nadie puede estar contento de encaminarse hacia un lugar donde va a
apoyar el culo en una butaca y tendrá por todo horizonte la pantalla del
ordenador o (a lo sumo) un panel gris que lo separa de sus colegas. Nadie puede
estar feliz si sabe que pasará el día entero adentro de una estación de trabajo,
tabicada por paredes y distribuidas en una planta con el layout de los
cementerios.
Sobre este punto, me han dicho que
exagero porque la autorización para trabajar desde casa es un claro progreso
humanista de las Corporaciones. Lamento no coincidir con esa mirada. El home
working (tele trabajo) no es más ni menos que el delivery a domicilio del
verdugo. La ejecución que opera el modelo empresarial, en sintonía con tiempos
de outsourcing (tercerización de costos), ahora se también se hace fuera de la
empresa.
Esto que te cuento sale de mi
experiencia, que transité por desobedecer el mandato familiar nunca ser empleado. Me concibieron y
parieron detrás de un mostrador, en un comercio, a cien kilómetros de Buenos
Aires. A los diecisiete años me fui a estudiar a Capital y mis viejos me
mantuvieron hasta que llegó la crisis (una de las tantas) de 1989. Después de vender las (pocas) joyas de
mis padres, salí a buscar laburo. En un contexto de hiperinflación, me fue
difícilísimo. Pero, al final, lo encontré en el Fisco y, unos años más tarde,
en una empresa de golosinas. Fueron en total once años de empleado que se
terminaron en el 2001, dos meses antes de una nueva crisis económica, cuando
dejé de ser ejecutivo de la Corporación de golosinas. En esa empresa me comí
como gominolas a cuanto colega tuve arriba para llegar a ser Gerente de
Marketing. Fue una frenética carrera que se cortó abruptamente cuando me puse
de sombrero el auto que la empresa me había dado. Esa tarde, en una ruta de
tierra, en Córdoba, le vi la cara a la muerte: rodeada por un aura blanca,
espejaba la mía. Entonces decidí revivir, dejar en ese camino rural a mi Juan
muerto y renacer. Y emprendí el cambio, con ese motor vital (vaya paradoja) de
entender a la vida como un camino de muertes y resurrecciones, donde es mejor
elegir uno cuando morir para renacer, en vida.
Ahora, lejos de la vida corporativa, del
ejecutivo imaginario que me creí, veo el post de Antonio y me pongo feliz, las
previsiones del tiempo auguran mil días de sol.
@juanguinot