El actor principal,
durante la segunda función, miró (como nunca antes había mirado) la luz que el
seguidor de Yoel Eduardo manda, y lo enceguece. Yoel Eduardo, piensa, mientras
revive ese momento, qué será lo que el actor vé cuando no lo ve. Cree encontrar
en esa reflexión el anzuelo para llegar a Ingrd Grudke. Esos ojos marinos, de
azules abisales, podrán verlo, finalmente, si se concreta la mateada, a la luz
de la luna creciente, en la Plaza de Tribunales. Conecta el Whats App y le escribe:
Yoel Eduardo: Hola.
Ingrid Grudke: (Mano de
saludo)
Yoel Eduardo: Qué ves
cuando no me ves.
Ingrid Grudke:
Divididos
Yoel Eduardo: ¿Por?
(carita triste)
Ingrid Grudke: Es lo
que dicen.
Yoel Eduardo: ¿Quién?
Ingrid Grudke: Ellos
Yoel Eduardo: Decime
quiénes son (dibujo de revólver)
Ingrid Grudke: El 38
está cargado
Yoel Eduardo: (carita de
sorpresa)
Ingrid Grudke: En el
oeste está el agite
Yoel Eduardo: No tengas
miedo, voy por vos, me tomo el Sarmiento, decime dónde bajo.
Ingrid Grudke: Y para
qué tanto amor, si de chiquito sos así
Yoel Eduardo: Ya voy para la
estación, tranquila flaca escopeta, llevo el matero, te tiro una perdida y me
decís dónde bajo, yo te voy a cuidar.
Yoel Eduardo se
desconecta del WhatsApp. Tiene la cabeza llena de sangre, la nuca le quema. Se
va del teatro sin saludar ni esperar que alguien, alguna vez, lo salude. Las
manos le transpiran. El matero le pesa. La mirada del gorila de la puerta,
sobre el matero, lo hace pesar aún más. Al trote, sale del teatro, pisa la
vereda de Avenida Corrientes. A la izquierda está la Plaza Tribunales, a la
derecha (más lejos) la estación de trenes de Once, arriba, la luna en creciente
cuarto de plata. En todas las partes, la noche.