sábado, 28 de enero de 2012
Apolo I - Apertura que escribí para Radio América AM 1190
Cabo Cañaveral amanece despejado y las rutinas, dentro de la base, ganan cada movimiento. Los tres astronautas se preparan para la prueba del día, esa que los acerca a la fecha final del lanzamiento.
Gus, el Teniente Coronel, el más experimentado de la tripulación, mira a Roger, el novato, y le confiesa que el espacio es lo que más lo aleja de esos bombardeos en Corea que, todavía, le queman adentro del cuerpo. Y cuando lo dice, se pasa la palma de la mano derecha sobre el esternón. El novato, cree ver como la palma del Teniente Coronel ahoga una chispa, brotada del pecho. Gus da un paso, se le pone cara a cara al joven Roger y sentencia que no dejará de volar por el espacio hasta encontrar una galaxia donde su cuerpo deje de quemarle y le pregunta si está preparado para seguirlo.
El muchacho dice si con la cabeza.
Edward se interpone entre ambos, separa a Roger de un empujón y le entrega una taza de café a Gus, el piloto de caza-bombarderos devenido en héroe del espacio. Edward mira al novato y le pide que no crea todo lo que ese viejo zorro cuenta. Infla el pecho dentro de su traje de nailon y le dice que como él es el primer humano que hizo una caminata espacial, puede enseñarle la verdad de las cosas, allá, de camino a la Luna. Roger, el novato, intenta interesarse en las anécdotas de Edward, pero no puede quitarle de encima los ojos del viejo Gus: la mirada flamígera del Teniente Coronel lo irradia desde la comba de su taza de café.
Gus apoya la taza de café sobre una mesita impoluta. En la comisura de los labios tiene manchitas marrones que se quita con la manga izquierda de su traje plateado. Interrumpe a Edward, le dice que del espacio no vio nada. Edward se da media vuelta y el Teniente Coronel lo caza con la mano enguantada. Los cinco dedos de la mano derecha se hunden en el mullido traje de Edward. Cinco puntos le arden en el hombro.
Gus sentencia que un simple Ingeniero no puede discutirle a alguien que todavía lleva adentro el infierno de Napal que liberó en Corea. Y Edward agacha la cabeza, respira en silencio, no va a volver la cara para discutir con su colega, justo antes de subirse al cohete. Roger, el novato, mira atónito la discusión entre sus camaradas.
Faltan minutos para la prueba del día y pocos días para el lanzamiento al espacio.
Roger viene observando estas discusiones entre sus colegas de viaje y no quiere entrar en el juego, cree que Gus es despiadado, que si abre la boca también lo desacreditará porque su única hazaña es la de haber sacado las fotos a los misiles soviéticos en Cuba. Poca cosa al lado de estos dos que ya andan probándose el traje de bronce para sus estatuas.
Un altavoz ordena que la misión Saturno-204, inicia la prueba de despegue. Se ponen cascos y guantes y enfilan para la escalerilla. Se ubican dentro del cohete en un espacio en el que entran justos y cierran la escotilla.
El parlante también se escucha dentro del cohete con indicaciones de la prueba.
Llenan la cabina con oxígeno, según la rutina del día.
Gus se reclina en la butaca, por un minuto se relaja, piensa en esa galaxia que lo liberará y de su cuerpo brota una chispa que, en condiciones normales se hubiese extinguido como apareció. Pero en la prueba del día (atmósfera de cabina controlada con oxígeno puro) esa chispa muta a llama y la cabina del cohete a infierno, ese que Gus lleva dentro, el que pensaba soltar lejos de esta tierra y que acaba de decidirse por salir, para montar el espectáculo que más le gusta: fuego sobre fuego.
Los tres astronautas de la fallida misión Apolo I mueren carbonizados en mitad de una prueba, semanas antes de saltar al espacio, en Cabo Cañaveral, un veintisiete de febrero de 1967.
David Bowie te trae la música: http://www.youtube.com/watch?v=D67kmFzSh_o&feature=related