En la cuadra, el único que porta buen talante es el policía. Él logró su cometido, me ganó la guerra y se pavonea, en su caminata de esquina a esquina, con paso triunfal, pecho inflado y nariz respingada. Este cana es la deriva villacrespense de un Napoleón que marca, con pisada soberbia, el terreno reconquistado.
Cada vez que salgo a la calle, el tipo me mira desde lo más alto de su baja estofa. Yo, como buen perdedor, clavo la vista en el piso. Me importa tres carajos todo su mambo belicoso. Mientras no se meta más conmigo, que se crea lo que quiera. Lo que sí me importa es qué mierda hizo con los pibitos del parque, mis colegas de las misas de Los Empleados del Millón. Además, ¿qué hago si los pibes dicen que robaban para mí? ¿Quién va a creer que la tarea de los pibes era por nuestra religión, una acción de hermandad para sacarme de la estrella del medio? Ya pensé en llamar a un amigo abogado.
Estas semanas, para mí fueron muy productivas. Mientras, en la calle, el cana se cargaba a los pibes, puertas adentro, retomé la escritura de la novela que había abandonado en el capítulo veinte para escribir el mamotreto “comprometido” con la editorial de Puerta del libro.
Y estoy escribiendo lo que más me gusta, ficción, cuando me entra un mensaje de la escuálida, la editora: “Bajá al bar. Tengo muy buenas noticias”.
A Puerta del libro la puteo desde que la conozco, pero me manda un mensaje así y el corazón me late descontrolado; pienso en la publicación de mi primer libro y salgo como un boludo enamorado para rendirme a los pies de mi editora.
Salgo del edificio sin retenciones de consorcio: el portero y un grupúsculo de notables vecinos están mirando al cielo. Al pasar cerca de ellos, escucho la voz cascada de la vieja del Primero A: “Van a caer más meteoritos, se viene el 2012 y las profecías Mayas”.
Acelero para no escucharla y, de paso, evitar cualquier piedrita cósmica.
Entro al bar. El panorama es el típico de un martes a media mañana: mesas vacías y cubiertas por el manto perfumado del guiso en cocción.
La escuálida está sentada en mi mesa preferida, debajo de la tele sintonizada en Crónica TV, de espaldas a la puerta. Sin girar la cabeza, levanta su brazo y agita la mano. Respondo a su llamado.
“Hola, viniste rápido”, me dice ni bien quedo de frente a ella. Para no transmitirle mi entrega, le digo que justo estaba por salir a comprar algo al súper, y me entró su mensaje. Pero ni bien poso el culo en la silla, le pregunto qué noticias tiene para mí. Ella se ríe, “Ay, mi Juancito ansioso, sos torpe, pero yo te voy a sacar adelante”.
Me siento un pelotudo y ella prosigue: “Mirá, la cosa es así: un editor muy grosso quiere publicarte. Le conté de tu manuscrito autobiográfico y autoayuda, en esa versión final que armaste para el concurso del Campo a la ciudad. El tipo compró. También quiere editar lo que escribís en el blog, las bitácoras editoriales”. Pongo cara de boludo. “Dale, no te hagas el tarado, si cualquiera puede leerlas. Al tipo le gustó, piensa en lanzar dos libros: el forzado y el que trae las reflexiones polémicas del autor. Dice que va a armar mucho ruido de prensa.El tipo me felicitó por el laburo que hice con vos”. Le pregunto qué laburo hizo ella conmigo. Traga un sorbito de su café cortado y larga, con suficiencia: “Te hice jugar en el infierno de tus frustraciones y sacar un escrito rabioso. Todo eso que te salió en la Bitácora editorial es por mi trabajo y por eso voy a cobrar”. Le dije que estaba metido en quilombos más grandes que sus libritos y, le recordé que yo había escrito para su editorial y, de paso, podría contarme cuando me cambiaba el cheque sin fondos por una bueno. Ella levantó la mano izquierda y la puso delante de mi boca: “Juan pará. Dejá de darle tantas vueltas a las cosas. Esto no es negocio, es arte. El arte fluye, se transforma, muta. Ahora me transformé, para vos no soy más la editora de la empresa que dirige el amigo de tu amigo. De ahora en más soy tu agente literaria y decido con quién vas a publicar. Me pelé el culo para sacarte de tu departamento roñoso y vas a dar este paso. Escuchame, vos que sos psicólogo social: Pichón Riviére decía que el proyecto es salud. Hoy no tenés proyecto, estás enfermo, te vas a morir frustrado. Yo te traigo la cura, el proyecto. Consigo lo que te hace falta, te devuelvo la salud y me salís con cosas del pasado, de las que prefiero no acordarme y, arriba, me lo decís con tono de reclamo ¡Puta madre, qué desagradecido que sos!”
Le pido disculpas y ella me dice: “Mejor no hables y vayamos a lo concreto, no sea cosa que me arrepienta: la mitad de tus derechos de autor son míos y parte de esa guita es para arreglarlo al editor grosso para que te cuele en la editorial. Preparame tu bio, mandame por email el archivo de tu novela autobiográfica y de autoayuda “Del Campo a la ciudad”. Yo ya copié tus entradas de la Bitácora editorial. Con eso armamos los dos libros, mucha prensa con quilombo y tu fama. Juan, bienvenido a la literatura”. Después del punto, la escuálida traga el resto de café de un sorbo.
La cabeza me quema. Me pongo de pie. Detrás de la nuca percibo el aura roja manada por la tele en un flash de último momento de Crónica TV. Si no me voy, la acogoto y paso a ser la noticia trágica del día.
Encaro a la puerta. El mozo que habla en capicúa me sale al cruce con el té de tilo en la mano. Lo ignoro y salgo del bar.
Camino por Drago y doblo en Frías. Paso por la puerta del súper chino y el portal cerrado del Templo de los Empleados del Millón. No me detengo. Llego a la esquina y doblo a la derecha para tomar calle Vera. Apuro la marcha. A mitad de cuadra, me paro. Estoy de frente a la Santería. Vidriera e interior oscuros. Instintivamente, tiro un manotazo al picaporte. Abro la puerta, entro. La puerta se cierra a mis espaldas.
No se ve un soto. Doy un paso, me trastabillo y quedo en cuatro patas. Gateo, mientras, a tientas, busco un agarre para ponerme de pie. Alguien se me sube al lomo, me cruza una mano en la cara, traba mi cabeza y apoya algo frío y filoso en mi garganta. “Quedate quieto, chorro de mierda”. Acato la orden. “Bien, pibe, ahora, como si fueras mi caballito, te das la vuelta y te llevo al trote hasta la puerta.” Esa voz de mina me suena conocida. Con voz ahogada le digo que no soy chorro. Despega el metal de mi garganta, salta de mi lomo y dice: “Juan, otra vez acá, ¿qué mierda hacés?”. No logro verla, pero sé que es la Faca Colorada, la moza del bar, la que creía muerta por las manos de Puerta del libro. “No te muevas”, me ordena. Del lado de afuera, aparece la editora, Puerta del libro. Mira por entre los escaparates de la vidriera y se va. “No voy a prender la luz, así que charlemos como los ciegos y contame como mierda hiciste para abrir la puerta” Le digo que la puerta estaba abierta. “Dale, decime quién te dio las llaves.”
Golpea contra algo la hoja de su cuchillo y le pido que se tranquilice, que me crea. Ella dice: “Entonces alguien abrió la puerta mientras dormía”.
Le digo que me alegra que esté viva y que no sabía que esta era su casa. “Siempre lo fue, por lo menos, cuando mi ex esposo me dejó y el Obispo de la secta de Los Empleados del Millón me dio las llaves para que atienda y viva en la Santería. El Obispo me sacó del bar, parece que la putita esa que pasó por afuera le reclama a mi ex marido que me tenga lejos.” Le pregunto si está segura de lo que dice, si tiene pruebas de que el ex mozo, devenido en Pastor, la dejó por Puerta del libro. “Segurísima, sino ¿cómo me explicás que el nabo de mi ex esté todo el día metido adentro del templo, escribiendo un libro de la secta. La roba machos se lo va a publicar y vender en todas las Santerías del Obispo.”
No me creo que el mozo garche o esté en pareja con la editora. Para mí lo tiene enganchado como me enganchó a mí. Pero no se lo digo a la Faca Colorada. Eso sí, de golpe me dieron ganas de saber quién es el Obispo. Mario, el desrratizador ya lo había mencionado. El Obispo tiene templos, santerías, bares, bandas de ladronzuelos, la seguridad especial del policía de la cuadra y vaya a saber cuántas cosas más.
Le pregunto a la ex moza, Faca Colorada, ahora vendedora de la Santería,si me puede presentar al Obispo. No soy digna de hacer eso, él se presenta solo. Preparate para recibirlo, abrí tu corazón, cuando deba ser, será.”
No voy a lograr nada por ese lado. Le pregunto si sabe algo de los pibitos del parque y le transmito mis temores. “Juan, quedate piola. El problema con ellos no es que roban, sino para quién roban. A los pibes le van a lavar la cabeza y van a volver al barrio. Eso sí, robaran para el policía. De vos, ni se van a acordar.”
Eso me deja más tranquilo. Bue, tranquilo es una forma de decir.
Le digo a la Faca Colorada que me tengo que ir y me comprometo a pasar en la semana. Ella, desde la penumbra, me estampa un beso en la mejilla. “Juan, cuidate, sos demasiado bueno para nosotros”.
Pienso que podría haber dicho pelotudo en lugar de bueno.
La puerta de calle se abre. Un haz de luz la recorta contra la pared y cuchillo en mano. Los pelos rojos, llovidos sobre su cara, descubren media sonrisa.
Piso la vereda y suena el portazo.
Camino en dirección a la esquina de Gallardo. Veo el policía. Me freno. Le está indicando algo a alguien. Se ríe. Camino lentamente, casi pegado a la pared. Logro ver con quién habla: Puerta del libro, la editora. Ella le da un golpecito en el pecho, él le corresponde con una sonrisita de galán. No, no puede ser. Doy media vuelta, regreso por donde vine y, encomendándome a alguna deidad de la secta de los Empleados del Millón, rezo para que estos dos hijos de puta no se unan en mi contra.