Hoy es mi cumpleaños 42 y estoy feliz.
Hasta hace pocas horas me tenía atormentado El Alquimista de Coelho que sigue en el balcón y rodeado por una orla de 12 caquitas de rata y 5 monedas. Había descubierto que el libro también resiste al granizo. Empiezo a creer que tiene superpoderes. Hasta pensé en escribirle a los japoneses para que prueben de cerrar con él la grieta de Fukushima. Quien te dice, tal vez termina metiéndose con el núcleo ese que está que se fusiona y sale algo bueno de todo este descalabro que tengo en mi departamento, y mi vida. Pensé en llamar a mi mamá para que contacte al japonés Sigeo Asai. Sigeo y su esposa Iukie son dos amigos de mi familia. Ellos siempre estuvieron cerca del negocio de mi viejo. Sigeo operaba las fotocopiadoras y Iukie atendía un kiosco (al que le pusimos Kioscop porque parece que era o sonaba a japonés). Iukie hacía origamis todo el tiempo y me dejaba fumar de su cigarro. Yo tenía nueve años y cada vez que pegaba una pitada, me entraba una sensación rara, un cosquilleo en el pecho, como si la estuviese besando a Iukie en los labios. En realidad pensé en Sigeo como mediador, no en Iukie porque los japoneses son machistas. Además una vez lo vi y oí cantar el himno japonés y la cara se le pone de kamikaze. Sigeo es un Samurai, con él no van a joder.
Pero ya está, eso lo dejo para otro momento, hoy todo me resbala, incluida la locura de Puerta del Libro, el libro que les debería escribir y su historia con el mozo. Es mi cumpleaños y lo único que rompe me soberanamente las bolas que es que mi mujer siga de viaje. Pero no voy a entrar en un plano depre, estoy feliz y hasta el tobillo de se me deshinchó. Puedo llevar y traer la punta del pie derecho sin sentir esos latidos agudos en el tobillo. En realidad lo que me levantó el ánimo fueron mis amigos del Facebook. Llevo recibidos ochenta y ocho saludos sobre mil novecientos noventa y nueve amigos, o sea, el 4,4% de los amigos de mi facebook me escribieron en el muro. Y ni quiero pensar en todo aquel que, advertido de mi festejo, pensó en llamarme. Es impresionante. A veces te sentís solo en el mundo y ochenta y un tipos y tipas te llenan de afecto con mensajes en tu muro como “Feliz cumple”, “Que pases un gran día”. Y lo mejor, muchos otros presionan a esos mensajes el iconito de pulgar en alto de “le gusta”. Chau compu, me voy al bar.
Son casi las once de la mañana. En el bar no hay ni el gato, pero recuperar la calle (después de una semana de encerrona obligada por mi esguince de tobillo) es el mejor regalo de cumpleaños. Y este té de tilo que me trajo la moza nueva, un lujito.
Le pido otro. No sé si me escucho. Por el olor a cebolla rehogada debe andar ocupada con el menú del medioadía: guiso de lentejas. Hasta ganas de almorzar me dieron. Casi seguro que me quedo a comer. Por suerte ni apareció el policía que anota sus almuerzos en mi libreta. Crónica TV, en la tele del bar, acaba de decir que la Ministra los sacó a todos de las reparticiones públicas del Gobierno de la Ciudad para mandarlos a la cuidar las calles y trabajar en las comisarías. Por ahí la orden alcanza a los bares, pizzerías y restaurantes, y este deja de vivirme. Sería mi segundo regalo del día.
Crónica TV se pone bajón. Muestran las imágenes del tipo de Madrid que mató a la esposa embarazada y lo mostró con su webcam. Bajo la mirada a la mesa. La taza está vacía. La moza sigue sin aparecer y la nariz mi pica. Debe estar especiando la salsa del guiso. Apostado en mi mesa del fondo, juego con la yema del dedo sobre las marcas hechas en la madera con cuchillos y biromes. Levanto la mirada y enfoco al pasillo. La bicicleta del mozo sigue ahí y un retorcijón brota entre las tripas. Pienso en la bolsa que me robé. Pienso en mi culpa y me pongo laxo como esas dos ruedas de la bici sin aire y cuarteadas por el efecto de los rayos del sol. Y la cola de optimismo que me hacía un cometa brillante, desaparece y me veo en las puertas de un agujero negro. Al final, acá en el bar, solo como indio malo. Ni siquiera la moza viene a atenderme. Y, sentado a la mesa del fondo, de cara a la bici, a los pies de la tele, de frente a mi soledad, hoy, justo hoy que es mi cumpleaños.
Una mano fría, huesuda, encalla en mi hombro izquierdo, el que tiene la clavícula salida y soldada sobre el otro hueso. “No se de vuelta. Otra vez deja pasar una oportunidad. Hace quince minutos que lo estoy esperando en la puerta, ¿no se vaya a quedar en la puerta del libro?”. Es ella, la flaca escuálida de la editorial. Intento girar la cabeza a la izquierda, pero me sorprende un tirón que me quema en la nuca, como una especie de golpe de aire, algo feo, no puedo torcer el cogote. El agarre frío sale de mi hombro. Tiro la silla para atrás, me separo de la mesa, me pongo de pie y me doy vuelta por completo como si fuera un soldadito de plomo. Recorro todo el bar. Estoy solo. ¿Dónde se metió la flaca con joroba puntiaguda? Esta mina lo logró, me cagó el día. Sin sentarme, miro Crónica TV. Palermo corre con la camiseta de Estudiantes. Mejor me voy, ni si quiera me quedaron las ganas de probar el guiso de lentejas.