lunes, 30 de diciembre de 2013

Secuelas de la Fiesta de Fin de Año



En el Salón de los Mates, Yoda y Vater aconsejan a Lea, el Bicho Verde, R2 y el Petiso (y Copeteado).
Yoda dice: "Calentar Año Fin tibio es"

La Banda Robotera quedó muy alterada con la movida de el Petiso Calentón (y Copeteado) con R2. Están tomando declaración a todo aquel que haya visto y/o escuchado algo.
En la foto, verás como lo aprietan al lagarto de Gaudí (que se joda, eso le pasa por colarse a la Fiesta de Fin de Año).
Mr. Burns está repasando la coartada con la Srita. Rottenmayer (van a embocarlo a Homero)Añadir leyenda

Descubrimos a dónde se mudó Han. Fue idea de Chewy. El amigo peludo (y gruñón) me vió con la cámara.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Fiesta de Fin de Año junto a mi equipo

Y llegó la fiesta que esperamos todo el año.
Acá van las fotos.

Foto grupal, ni bien empieza la Fiesta.


La música corrió por cuenta de la Banda Dominguera. ¡Tienen toda la onda!


Bailamos haciendo el trencito. Acá Chewy hace el primer blooper de la noche. Se pega un porrazo y casi aplasta a la Señorita Rottenmayer.
Si prestás atención, los vagones del trencito anticipan las movidas del Petiso Calentón (y copeteado) y de Leía con el Bicho Verde.


La Banda Dominguera arranca con el tema "El que no baila es un aburrido", Chewy agita y hacemos bardo con Darth Vader. Un clásico de todas las Fiestas de Fin de Año.


El petiso calentón (y copeteado) confundió un cambio de aceite de R2 con una provocación.
La banda robotera, como no podía ser de otra manera, se alteró y se le está yendo al humo
al petiso calentón (y copeteado)


Encontramos a Leia transando con el Bicho Verde.


Lo de Leia y El Bicho Verde, si bien se podía preveer por cómo se agarraban en el baile del trencito, terminó con la fiesta.
C3PO, un robot con códigos, putea al Bicho Verde, mientras Leia consuela a Han Solo (con el corazón partido por la infidelidad), el Petiso Caletón (y copeteado) quiere consolarse con Leia (detrás de él está la banda robotera que lo quiere cagar a piñas por lo que había hecho con R2).
Bué, se armó goma. Cuando hay quilombo aparecen todos (hasta el lagarto de Gaudí, colado en la fiesta).
Amigo, esto quería mostrarte.
Mi equipo es así. Derrapamos para romper lo poco que queda del año y arrancar 0KM el 2014.
¡Chin-chin!

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El portero de mi analista X - Manguera Santa

Paso la cadena entre los rayos de la rueda, la engancho en el caño del puesto de flores, cierro el candado y me reincorporo. Quedo de frente al florista. Llamativamente, no trae el ramo de flores marchitas para que se lo compre. Lo que si trae es una cara de asesino serial que, por suerte, apunta a algún lugar donde no estoy yo.
Sigo la línea de su mirada, doy medio giro y descubro que en la vereda del edificio donde vive mi analista hay cuatro pibitos. Los chicos se dejan mojar por el agua que escupe la manguera de Adolfo. El portero de mi analista, de gesto serio, alterna el chorro entre las cabecitas de los chiquilines.
Al llegar al portal del edificio, reconozco a los pibes, varias veces los ví pasar por acá con un cajón de frutas lleno de macetas con plantas de flores rojas. Una vez me ofrecieron una y me acuerdo que me salió un no tan feo que hasta lo trabajé en la terapia.
El portero del edificio donde vive mi analista, sin dejar de manguerear, y a viva voz, me dice “Estoy bautizando a estos pobres diablos de la Villa”. Las miradas aguachentas me miran de una manera que no me gusta y me dan ganas de decirle que yo no comulgo con esta idea de Adolfo, pero no les digo nada porque Adolfo me dice “En la Villa de Retiro está la mayor cantidad de humanos por metro cuadrado y acá, en Recoleta, tenemos la mayor cantidad de metros cuadrados por humano. Viste, uno elije donde estar.”
Y, pienso, uno no elije una mierda porque si fuera por mí, primero elegiría re cagarte a trompadas, portero facho y después te saco las llaves de tu departamentito (que vos no pagás) para meter a la familia de estos pibes, para que usen los metros cuadrados que te sobran.
Pero no lo digo, porque mientras pensaba como canalizar mi bronca en un discurso con mucha piña, Adolfo y la manguera se metieron en el garaje.
Miro a uno de los pibes. Simpáticamente, casi con caridad sacerdotal, le pregunto a uno de los ellos cómo se llama. Me responde “Francisco”. Me descoloca, pienso, no será hijo del portero, le puso su nombre. No, pero el portero, ¿no era Adolfo? Y, al toque, noto que regresé a mi ciclo de duda sobre el nombre del portero, y me enfrasco en esa, y los otros tres chicos se me quedan mirando como diciendo “a mí no me preguntás el nombre”.
Reaparece el portero. Viene abrazado a un cajón de frutas lleno de macetas con plantas de flores rojas. Se lo da al nene que me dijo que se llamaba… ¿Adolfo o Francisco? Bué, como se llame, ese pibe agarra el cajón y el portero ordena: “En una hora me traen la guita de la venta, sino les doy con la manguera”.
No puedo creer lo que está pasando. Me quedo mirando como los chiquitos, se van para el lado contrario del puesto de flores. Las zapatillas empapadas sueltan un “cuac-cuac” a cada paso. No puedo sacarles los ojos de encima. Entro en otra vuelta de indignación, este tipo se merece que alguien le diga que lo que hace es explotación infantil y que debería ir preso por eso.
Escucho la voz de mi analista que brota del parlante del portero eléctrico “¿Quién es?” . “Jefe, le llegó el paciente, se lo hago pasar”, retruca mi portero, todavía con el dedo índice derecho apoyado al lado del timbre que acaba de tocar.  “Mil gracias, Adolfo”, responde mi analista.
Entro al edificio para no pelear, con este tipo no se puede hablar.

Ni bien piso el hall, a mis espaldas, escucho al portero “¿Cuánto de tu infancia viste en esos chicos? Pensátelo. Nos vemos la semana que viene”. La puerta de calle se cierra.

martes, 17 de diciembre de 2013

Gambeta cero, antología de cuentos futboleros

Andrés Monferrand antologó este libro. Mi cuento se llama La Diosa Diabla.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El portero de mi analista IX Pino-Navidad

Estoy en la puerta el edificio donde vive mi analista. La bici quedó en la cochera de enfrente. Pagarla me saldrá más barato que el ramo de flores marchitas que me enchufa el florista de la esquina para “mirarme” la bici.
Miro la pantalla del celu. Faltan cuatro minutos para mi cesión. En el hall del edificio veo a Adolfo. Está operando sobre el arbolito de navidad. Todavía no me vio. Desaparece. Las luces del arbolito se encienden, inician un circuito de parpadeos. El ciclo de destellos lleva el ritmo de dos segundos todas prendidas a la vez, cuatro segundos de prende y apaga, dos segundos de solo se prenden las amarillas y vuelta a empezar. Me quedo embobado mirando las luces. Me tildo. Cuando era chico me quedaba así, colgado, mirando el árbol de navidad, podía estar toda la noche y más de una vez terminaba dormido, arriba del pesebre.
“Amigo, cómo dice que le va”, me sorprende la voz del portero del edificio de mi analista, lo veo por el reflejo del vidrio del portal, está detrás de mío, sobre la vereda.
Sin salir del estado meditativo, con un hilo de saliva cayéndome por la comisura derecha del labio, le digo un hola Adolfo.
Una sonrisa se dibuja en la cara del portero. Mueve la cabeza afirmativamente. Se lleva la mano a mentón, se lo acaricia con los dedos, como si hiciera de manera sedosa el gesto de chiva-calenchu.
Envuelto en el buen clima del reencuentro, tras semanas sin tener contacto, me limito a contemplar, no quiero preguntarle cómo hizo para salir del hall del edificio sin pasar por la puerta, de frente a mí, cerrada. No, no quiero entrar en esa. Hoy es un día de gloria, el tipo reapareció y me salió el nombre sin error. Con tantas situaciones de mierda, cuando una sale bien, ya lo aprendí, no hay que ir por más, hay que tomar esa ganancia, esperar, no hace falta acelerar las jugadas. Entonces, vuelvo a mirar el arbolito, haga un estimado de los ciclos lumínicos, calculo debe faltar un minuto para mi hora de sesión.
El portero sigue a mis espaldas, mirándome, todavía con los deditos jugueteando sobre la piel del mentón, para decirme “¿El pino te tapa la navidad o la navidad te tapa el pino?”
La pregunta me saca de lugar. Las cejas cargadas y renegridas del portero se enarcan, los ojos casi no parpadean, me escruta como si me pasara por los pensamientos con una mirada de rayos X. Y no sé qué responder. Para no mirarlo en el reflejo, miro el pino, como haciendo que estoy buscando la respuesta en el objeto convocado en la pregunta. No me olvido la sesión de terapia, tampoco que hace un minuto estaba feliz, sin pensar en nada y este tipo con una pregunta tira la punta de un hilo que me lleva a un sinfín de contradicciones que tengo con la fiesta que si es religiosa o comercial. Rememoro los años de transitar el par dialéctico misa de Gallo-mesa de Gula. Evoco los seis años que me dediqué a marketinearle al pueblo turrones de navidad de Arcor. O haber nacido sabiendo que Papá Noél era una mentira y que los colores del traje cambiaron por orden de Coca-Cola. Y ni hablar de las navidades que me dormía mirando el parpadeo de las luces, ilusionado porque aparezcan unos regalos que, mis padres, me habían dado en mano dos semanas antes como acto revolucionario contra el sistema comercial de las Navidades.

Y descubro que la pregunta del portero me pone en un estado blando. No voy a contestarle. Estiro la mano para tocar el timbre de mi analista. Mientras toco, busco al portero en el reflejo del vidrio de la puerta. Desapareció. Mi analista me atiende, me dice que pase, le voy a decir que va a tener que bajar a abrirme, pero Adolfo, del lado de adentro del edificio, me abre. Paso rápido, no quiero preguntarle cómo hizo de nuevo para reaparecer ahí sin que me diera cuenta, no quiero demostrarle mi sorpresa ni inquietud, intento caminar resuelto. Le digo un Gracias, Adolfo, para ponerme en el punto de seguridad inicial y camino raudamente hacia el ascensor. La puerta de calle se cierra. Entro al ascensor, cierro la puerta, cuando estoy por apretar el botón del piso de mi analista, escucho, al otro lado, “Pensalo, “¿El pino te tapa la navidad o la navidad te tapa el pino?. Nos vemos la semana que viene”. Presiono el botón, el ascensor sube.

Gambeta Cero - antología de cuento futboleros

Chelén libros se manda a la edición. Andrés Montferrand hizo el pan-queso y armó los equipos. Ahí estamos con Mercedinos emigrados y vecinos, junto a invitados de otros baldíos, que se vinieron a jugar un picado en los Jarrones, al costado de la estación.
El sábado a las 20hs el libro se presenta en el Club del Progreso, Mercedes.
Mis relatos son dos homenajes. En "Yo estuve ahí" te cuento algo del Loco Lorusso y en "Diosa Diabla" vas a conocer a la chica que, desde las gradas, le ponía los pechos al partido.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El portero de mi analista VIII - Bloqueo pastoral

Voy montado a la bici, doblo en la esquina, esquivo a un paseador de perros con el manojo de canes a cuesta y encaro la cuadra final del recorrido. Con el viento golpeándome en la cara, entrecierro los párpados y enfoco la mirada en mi destino. Algo no está bien. La vereda del edificio donde vive mi analista está llena de gente. Aflojo la tracción de mis piernas, paso a modo “pedaleo sutil”, me pongo en la actitud del chimango que, sin dejar de volar, manda su mirada de aumento para escrutar la zona objetivo.
Cuando se junta gente, algo pasó. Pienso en un robo, la captura de un chorro por parte del vecindario. La gente es de juntarse mucho cuando el ladrón está imposibilitado de actuar y he visto descargar furia asesina de las manos de las víctimas de la inseguridad.
Me apuro en atar la bici en el caño del cartel de Contra Mano, voy a meterme, sacar a la clase vecina de su plataforma de justicia por mano propia.
Cierro el candado, me reincorporo, miro al tumulto y pienso que, tal vez, lo que hay en el centro de esa montonera, agrupada en redondo, sea un suicida. Ahí la cosa me gusta menos. No tolero el contacto con un muerto. No puedo ni acercarme. Y, como quien no quiere la cosa, se me ocurre pensar si el suicida no será Adolfo, el portero del edificio donde vive mi analista.
Subo con la mirada los pisos del edificio y conjeturo que, de haberse tirado, debe haber sido desde la terraza, porque los porteros viven en la Planta Baja y no me lo imagino tocando timbre en un departamento para pedirle prestado el balcón para suicidarse.
Con la mirada, bajo lentamente desde la terraza, balcón por balcón, con una cadencia que no debe haber tenido el cuerpo en caída libre. Llego a la vereda y pienso si el tipo al tirarse no se habrá llevado puesto a un transeúnte y, por la no aparición de ambulancia, y policía, supongo que lo que pasó acaba de suceder, entonces, pienso, que de reverendo pedo no cayó arriba mío, porque, tranquilamente podría haber llegado dos minutos antes, como lo hago cada semana a esta hora, a la espera de que sea la hora de mi sesión con el analista.
Y, en tren de encadenar ideas, por lo antes dicho, no me es difícil suponer que, tal vez, el portero suicida optó por tirarse desde la terraza a esta hora llevarme puesto a mí. Sería un cierre trágico a nuestra breve relación.
Tomo impulso, tengo que enterarme qué pasó con Adolfo. A medida que me acerco, distingo cuatro cabezas masculinas y una docena femenina. Los veo de espaldas, en círculo, vestidos de traje, ellos, y de blusas y largas polleras, ellas.
No hay llantos, ni lamentaciones. El espanto, cuando arremete en tu vida de la manera imprevista, suele provocar una parálisis de los sentimientos. Es una pausa. Dura poco, porque la memoria del cuerpo (todavía ocupada en la tarea que estaba por hacer) bloquea todo avance de los sentimientos. Pero cuando los sentimientos afloran, agarrate.
Me apuro a ver qué pasó antes que los vecinos saquen a relucir el dolor y deba contenerlos.
El sorprendido soy yo. La cara de Adolfo, orbita entre las cabezas apiñadas en la vereda. El portero parpadea, mueve la cabeza, mira atento a una señora que le habla.
Avanzo con la idea anterior, mi cuerpo cree que debe ir a asistir a un suicida, mientras mi mente procesa lo que veo. Me paralizo, quedo a dos pasos del tumulto. Escucho la voz de la señora que habla del Apocalipsis, del Señor, el Paraíso y la erradicación del Mal “si le entregas el alma a Cristo”.
Cambio abrupto de planes. Bajo la mirada, si a esta gente la mirás a los ojos, te convierten o, en el mejor de los casos, te afanan valiosos minutos de tu vida para darte clases de cómo vivir con Dios si y solo si vivís para su secta.
Me desplazo sigiloso, de costado, trepo el escalón del portal del edificio donde vive mi analista. La puerta de acceso está trabaja por un balde. Toco timbre en el portero eléctrico y sin esperar a que mi analista pregunte quién es, cosa que alertaría a la horda religiosa de mi presencia, me cuelo en el edificio.

Antes de entrar al ascensor, miro a la vereda. De Adolfo nada. Solo veo las cabezas de los pastores, agrupadas como rebaño.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

BRINDIS ZOMBI

El miércoles 11/12 a las 20hs BRINDIS ZOMBI en Suburbano Music Club (Gallo 769, Abasto).
Nos juntamos para brindar por la antología de cuentos zombis.
Podrás conocer a los autores y saber a qué saben sus cerebros.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Noche de los Bodegones - Mercedes





Fotos Natalia Giumelli.-